La borrasca Aline aúlla con fuerza, pero los jóvenes marinos la desafían en sus frágiles laser. La bahía de Portmany estalla con sus velas blancas en una regata contra viento y marea, y la admiración que siento provoca cierta euforia a la hora de preparar la primera copa del día, un Negroni de un tono rojo propio de Tiziano donde también ha caído lluvia dorada.

Los Ecos de Eternidad de la exposición de Antonio Fioravanti se cuelan en el cocktail de naturaleza extática y erótica. El pintor medita en todo momento, pero me guía en paseo a lo travieso gurú por las ilusiones de Maya, de cuyas infinitas creaciones todos estamos de acuerdo en que la mujer es la forma suprema. La existencia es orgasmo, y tal vez por ello la filosofía del Vedanta condensa todo el sistema vibratorio con la ecuación sat-chit-ananda (ser-consciencia-gozo). Quien lo ha probado lo sabe.

Los laser se acercan a la costa y danzan con las olas, así que me zambullo desde las rocas entre borregos de espuma. No queda rastro de los acorazados rusos que entraron en aguas Pitiusas alertando a la Armada. Probablemente se dirigen al otro extremo de la charca mediterránea, donde la guerra interminable mezcla fanatismo y crudos intereses. El fanático se distingue porque quiere arreglar el mundo en vez de su propio corazón. Los intereses son juegos de poder para seres retorcidos que ni tienen amigos ni saben amar. El dandy que retuerce al oscuro Heráclito puede opinar que la guerra es el mejor de los deportes, pero prefiero a los luminosos hippies en su haz el amor y no la guerra. San Juan de la Cruz: El secreto de la vida consiste en aceptarla simplemente tal cual es. Tat tuam asi.º