El 2 de febrero de 2013 el por entonces presidente del Gobierno, el popular Mariano Rajoy comparecía para dar explicaciones sobre el posible caso de corrupción que acechaba a su partido. Lo hizo en la sede de la calle Génova a través de un plasma y sin permitir pregunta alguna por parte de los medios de comunicación. No fue la única vez. Dos meses después, en abril, Moncloa volvió a convocar a los periodistas para seguir una comparecencia oficial siguiendo el mismo modus operandi y posteriormente lo repitió en varias ocasiones siendo la más llamativa su declaración por videoconferencia en el juicio del caso Gürtel.
Algo que soliviantó a los partidos políticos que aquellos años estaban en la oposición. Así, Isabel Rodríguez, quien ejercía de portavoz del PSOE antes de ser Ministra en funciones de Política Territorial y ahora portavoz del ejecutivo, aseguró que «era una falta de respeto» y algo «impresentable y gravísimo» porque un presidente «tiene que dar la cara y tiene que dar explicaciones», mientras que Pablo Iglesias calificó la postura de Mariano Rajoy como de «falta de respeto a los ciudadanos» y de «impresentable».
Entre los medios de comunicación hubo también muchas críticas, sobre todo entre más afines a la izquierda, ahora llamada progresista. Uno de los más reivindicativos fue Eldiario.es, quien llegó a publicar que informarían de los discursos del por entonces presidente del Gobierno «explicando al lector la falta de transparencia en la intervención» y que no acudirían a la sede del PP siguiendo un criterio que establecieron con las que llamaron «falsas ruedas de prensa porque si un político no acepta preguntas, no necesita periodistas ejerciendo de público en la sala».
Hoy, cuando afrontamos el último domingo del mes de octubre de 2023, y cuando se cumplen diez años de aquel primer «plasmazo» de Mariano Rajoy, la situación de opacidad en la mayoría de las comparecencias de los que rigen nuestros destinos ha ido a mucho más. Ya es habitual escuchar ruedas de prensa sin que se permitan preguntas por parte de los periodistas como la que ofrecieron con amplias sonrisas y en un talante magnífico, repleto de cartelería, buen rollo y fanfarria, el presidente en funciones Pedro Sánchez y la líder de Sumar Yolanda Díaz para anunciar su acuerdo de investidura en el museo Reina Sofía de Madrid.
Una situación muy preocupante para nuestra forma de entender el mundo y terrible para nuestra libertad de expresión y para que nuestros ciudadanos puedan tener acceso a distintos tipos y formas de información plurales e independientes. Una situación que para el Partido Popular, quien antaño puso de moda esta forma de comparecer ante los medios de comunicación, es ahora «extremadamente grave» y «muy preocupante» porque «degrada la democracia» y porque «no va de izquierdas ni de derechas, de un partido o de otro, sino de una forma de entender el ejercicio de la política». (Ejem, ejem).
Por desgracia, no es la única medida de este tipo. Ya se ha convertido en costumbre que se acorten las comparecencias que se producen tras cada Consejo de Ministros y que el Gobierno reduzca los turnos de preguntas. Una situación insólita para nuestra democracia y terrible para la libertad de expresión y que ha colmado la paciencia de buena parte de los periodistas que tienen que cubrir la actualidad política de nuestro país, como quedó patente hace apenas unos días cuando Carlos Cué, de El País – medio siempre afín al gobierno socialista – dejó claro su rechazo a esa limitación y antes de su pregunta lanzó un mensaje en favor de sus compañeros que se iban a quedar sin hacerlo.
Algo que no pareció importar lo más mínimo a los aludidos. Según las crónicas de aquella jornada, desde el otro lado de la sala la actual portavoz, Isabel Rodríguez, y a quien hace una década le parecía «impresentable y gravísimo» no responder ante los medios de comunicación, simplemente asintió y sonrió con suficiencia mientras hacía que apuntaba algo en su libreta concediendo como medida de gracia una pregunta más para Fernando Garea, de El Español, quien aprovechó para hacer la misma reivindicación antes de que todo acabara tras apenas 15 minutos de rueda de prensa. Por ello, un nutrido grupo de periodistas se acercaron posteriormente al secretario de Estado de Comunicación, Francesc Vallés, para mostrarle su repulsa por el escaso tiempo de la comparecencia y para pedir más turnos de preguntas sin que parece que tuvieran demasiada suerte porque como dice el dicho popular, «son los mismos perros pero con distintos collares.
Por ello todo mi apoyo para mis compañeros de la prensa que tienen que trabajar en estas condiciones. No es fácil escribir objetivamente y de forma correcta sobre temas de política que por lo general no interesan demasiado a la ciudadanía, cansada ya de tanto mamoneo, tanto privilegio y tanta imagen alejada de los problemas reales de su día a día y más centrados en el fútbol, los sucesos o lo que se puede ver en las redes sociales. Y menos hacerlo cuando los gobiernos que presumen a bombo y platillo de transparencia, con portales de Internet donde se puede consultar todo lo que ellos quieren que se sepa, siempre responden con evasivas, respuestas vacías o simplemente, no lo hacen. Y sobre todo no es fácil ver como no puedes preguntar porque directamente han cercenado el derecho a la libertad de prensa de la que tiene que presumir cualquier país democrático, incluido el nuestro.