No se si es que las últimas noticias me están pasando por encima o es que simplemente ya soy solo un bicho raro pero les puedo prometer y prometo que cada vez me siento más desplazado de esto que llamamos sociedad. Incluso, si me apuran, de esto que nos empeñamos en llamar España y que entre unos y otros están destrozando sin importarles lo más mínimo que se .podría encontrar mi hijo Aitor cuando llegue a la mayoría de edad dentro de solo 11 años.
Y les prometo que lo intento, que leo artículos de los de un lado y del otro y que escucho tertulias con periodistas y expertos a los que siempre he respetado pero cada vez la sensación de desasosiego es mayor. No entiendo la idea que nos venden de intentar recuperar el consenso en Catalunya, ni tampoco porque España tiene que tener ciudadanos de primera y de segunda. Ni por supuesto, que unos tengan derecho a todo y otros a nada por el mero hecho de que sus escaños sean necesarios para que un partido político gobierne por el supuesto interés de España. Y tampoco entiendo a los que salen a las calles para arrasar con todo lo que encuentran, y me indigna sobre manera los cafres que van con símbolos franquistas demostrándonos que ha caído en saco roto todo lo que lo que lucharon nuestros mayores para que nosotros viviéramos mejor.
Siempre me he considerado una persona tolerante y respetuosa con el que no piensa igual, intentando seguir las enseñanzas de unos padres y unos padrinos como Carmen y José María que para mí siguen siendo un ejemplo en muchas cosas. Ellos y mis padres, cuando yo era un enano que casi no levantaba tres palmos del suelo, veranearon varios años por Catalunya aprovechando que en el precioso pueblo ilerdense de Cervera tenían y tienen grandes amigos como Roser, a la que por cierto sigo considerando como mi tieta postiza a pesar de que por sangre no me toca nada. No en vano, la Font Ravell es una mujer estupenda, vitalista, alegre, gran conversadora y que abre a todo el mundo las puertas de su casa en el Passeig de l’Estació. Unas cualidades, por cierto, heredadas de su madre, la yaya Antonia, a la que siempre consideré y llevé en mi corazón como mi tercera abuela por más que en mi colegio no entendieran bien como era posible que tuviera tres en lugar de dos como el resto de compañeros de clase.
Ellos, al igual que el tiet Emili, que Ramón – el gran señor de las montañas como le llamaba mi padre –, su mujer Marina, su hija Marineta y su chico Llorenç, son ejemplos de personas que me demostraron y demuestran cuanto de bonito puede ofrecer una tierra como Catalunya. Como molaba ir allí, venir con una mona de pascua, bañarte en la poza del jardín, subirte a una canoa cuando el casco era tres veces más grande que tu cabeza o simplemente salir a buscar cargols mientras aprendía con una gran sonrisa aquella canción de Baixant la font del gat, una noia una noia... Y como, cuando volvíamos a Madrid, era genial contar todo lo que habías disfrutado en Catalunya mientras presumías de pegatinas de Begur, Cervera, Salardú o de l’Escala.
Por todo eso para mí los catalanes siempre han sido gente maravillosa a los que defendía una y mil veces cuando empezó a circular aquella leyenda urbana en la que se decía que había gente que cuando preguntabas en castellano el precio de algo solo contestaban en catalán. De hecho, siempre me pareció precioso el idioma mientras, recién cumplida la mayoría de edad, intentaba imitar con mi oído de madera a grupos y cantantes a los que sigo admirando como Sopa de Cabra, Raimon o Maria del Mar Bonet. Por eso durante muchos años viví en mi mundo de pin y pon pensando que aquello era exagerado y que solo era cosa de unos cuantos que querían sembrar cizaña, sin que desgraciadamente me diera cuenta de cómo se torcía todo, como íbamos cada vez más cuesta abajo y como ahora, llegados a este punto, da la sensación de que no hay marcha atrás. Como unos y otros no han sido capaces de dialogar, mirarse a los ojos e intentar llegar a un acuerdo beneficioso para todos, aunque sea por propio interés. Que solo les interese la confrontación constante y que ninguno reconozca lo que han hecho mal para vernos así.
Porque señores, aunque a ustedes les cueste reconocerlo, aquí el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. No sé si ha sido por interés partidista, por votos, por verse en el poder o por simple ambición pero la cosa ahora mismo pinta mal y es de cobardes echar la culpa de todo a Felipe V y los Decretos de Nueva Planta. Como si durante todo este tiempo los que han venido después y los que están ahora no tuvieran culpa de nada y simplemente sean víctimas de un problema heredado. No me vale señores. Una vez más me han vuelto a demostrar que viven al margen de su gente, de los catalanes, de los españoles y de todos aquellos que en las urnas confiaron en ustedes para que aporten soluciones y no problemas. Para que no nos dividan y para que mi madre, mis padrinos y muchos como yo sigamos creyendo que Catalunya no es una tierra egoísta cuyos gobernantes miran solo por su propio interés fiscal y político y sí una tierra maravillosa donde Roser, Ramón o Marina te esperan y te reciben con los brazos abiertos.