La presidenta del PP en Baleares, Marga Prohens, acompañada de otros 'populares'. | Europa Press

La escena tuvo lugar delante mío, unos meses antes de las pasadas elecciones. Fue casualidad porque yo me había reunido con unos viejos amigos para compartir un rato sin agenda alguna, sólo disfrutando de su conversación. Fue en ese contexto que uno de ellos, con quien había coincidido durante mi paso por el Govern balear y que es empresario, nos explicó el tremendo lío que tiene con una institución pública de Baleares.
Cuando nos vimos debería de hacer ya unos dos años desde que un político megaprogresista de Palma le había prometido un contrato, destinado tanto a su empresa como a la de otros dos colegas, también proveedores del sector público. Ya sabemos que esto no puede hacerse, que todo pasa estrictamente por los concursos públicos, pero en España el político tiene dos caras: por un lado actúa como si dispusiera de poder discrecional y, por otro, defiende las adjudicaciones estrictamente por méritos, que tal vez alguna se haya dado a lo largo de la historia. Pero resulta que este político, hoy en su casa, tan incompetente casi como todos, no supo poner en marcha el procedimiento y todo quedó en nada para el enfado de mi amigo y sus colegas.
De manera que, como para los empresarios las promesas que les benefician son deuda, acudieron al ‘de arriba’, que les vino a reconocer que su subalterno era un incapaz, pero que él sí iba a cumplir con la palabra dada y les adjudicaría otro contrato por el importe en cuestión. Evidentemente, si el primer contrato era innecesario, imaginen el segundo. No se compra un servicio o un producto sino que se busca cómo hacer un pago a un amigo. Pretexto siempre aparece alguno. Yo recuerdo algún caso en el que se le llegó a pedir al proveedor que mejor no entregara lo que se le había comprado, porque no le interesaba a nadie. El proveedor, por supuesto, no se ofendió.
Mi amigo me contó que en la conversación con este político sus compañeros y él arrojaron algunas minas de explosión retardada, frases de las que el político podía deducir que habría una venganza, que le pasarían factura, que ellos controlan un barrio, que sus empleados tienen poder de movilización, etcétera. Y él personalmente le recordó aquella ocasión en la que tuvo que subcontratar aquella empresa de Valencia como le pidieron, para pagar otro intercambio de favores. Todo esto empezó a dar vueltas en la cabeza del político, habitualmente vacía, y terminó por dar el resultado buscado.
Así que pocas semanas después, otro departamento de la misma institución se puso en contacto con mi amigo para prometerle el dinero a cambio de algo que nadie necesitaba. No hay por qué hacer un estudio, ni hay por qué comprar un edificio, no se necesita asfaltar una calle, ni nadie pide subcontratar una gestión pero el jefe ha dado la palabra y el súbdito fiel que tiene que ascender en el partido, cumplirá ciegamente. Apagarle este incendio al jefe tendrá un precio, por supuesto, pero esto no se negocia delante de mi amigo. De manera que, serio y riguroso, el responsable de esta área convocó un nuevo concurso al que se presentaron estos proveedores con una oferta bien coqueta, seguros de que iban a ganar.
A las pocas semanas, otra crisis. Los funcionarios elegidos para integrar la mesa de contratación, bien intencionadamente, bien por no estar informados, o tal vez por confusión, adjudicaron el contrato innecesario a una empresa que, desconocedora de los manejos, había presentado una oferta que nunca tuvo que existir. Ya digo yo que esto de hacer públicos los concursos no es bueno para nadie. Cosas de la maldita Europa que nunca entendió la insularidad. Lógicamente, mi amigo y los suyos se habían presentado únicamente para cobrar, y si acaso para dar una apariencia de servicio. Sólo faltaba. Y ahora ese dinero por un servicio innecesario, creado ex-profeso para cumplir la palabra dada ya nadie se acuerda cuándo ni por quién, se adjudicaría a un empresario caído del cielo. ¡Los hay con suerte!
O sea que de nuevo ¡crisis total! Ahora ya hasta los políticos top se enteraron del desastre: nuestros mejores proveedores, los que queremos que estén contentos de cara a estas elecciones, los que han de tener una buena opinión, los que nos hacen los favores más delicados cuando los necesitamos, estarán más enfadados que nunca. Después de años de milongas, siguen sin cobrar y la institución, o sus políticos, siguen sin ser capaces de demostrar que tienen palabra. La cosa empieza a ser grave. O al menos en las mentes de los políticos empiezan a surgir pesadillas: esta gente se enfada, habla mal de nosotros, perdemos apoyos, no nos mandan gente a los mítines, no nos ayudan en la campaña… Y perdemos. ¡Horror!
Suenan todas las alarmas.
Y en ese momento de la reunión en la que yo estaba presente, justamente le suena el teléfono a mi amigo ofreciéndole la solución definitiva. Pero yo no pude escuchar los detalles porque me acababa de llamar a mi móvil mi amigo, Pepe Juan Cardona, que acababa de salir de la cárcel de Ibiza por hacer esto mismo hace unos cuantos años.
Lo hemos cambiado todo para que nada cambie. O si acaso, para que sea necesario un poco más de cemento en la cara para mantener estas apariencias.