Si vives y trabajas en Ibiza, estoy seguro que desde que te despiertas para ir a trabajar hasta que te vas a dormir –a la hora que sea, dejémoslo por ahora-, a lo largo de tu jornada ves y oyes cosas especiales, peculiares.

Me refiero a cosas que nos pasan durante el día a día, a las que seguramente ya ni prestamos atención…

¿Ejemplos?

La procesión de gente saliendo de discotecas, al mismo tiempo que llegas al trabajo. Menuda mezcla.

La parafernalia y caos que provoca el famoso de la mesa de al lado, en tu chiringuito de toda la vida.

O los pasacalles de promoción de cualquier fiesta de discotecas, hoteles, beach clubs y similares, que inundan playas y calles con sus bailes y música.

Estos ‘shows’ son algo normal en el verano ibicenco; y aunque a los que vivimos en la isla durante 12 meses al año ya no nos sorprende, en cambio sí es un importante reclamo para turistas y visitantes.

Por otro lado, es un hecho comprobado el que Ibiza y Formentera están de moda; las Pitiusas son un referente mundial tanto para la música electrónica como para la ‘fiesta’, entendida ésta como la válvula de escape para miles de clubbers y seguidores de conocidos DJ’s, que encuentran en las islas el entorno ideal para sus fantasías y sueños.

Es evidente que, a los que nos toca vivir la metamorfosis de las islas entre el sosiego invernal y la locura estival, no nos sorprende nada el cambio radical que experimentamos cada temporada… Dicen las estadísticas que, en puntas de ocupación en verano, llegamos casi a cuadruplicar la población fija de las islas. Y eso es mucha gente.

El asunto es que, como residentes, somos muy conscientes de la enorme presión territorial y humana que esto implica; desde mayo hasta septiembre Ibiza experimenta un crecimiento constante de turistas y visitantes, teniendo el ‘pico’ de ocupación entre finales de julio y principios de agosto. En ésta fase del verano, realmente se hace difícil vivir en la isla y disfrutar de ella.

…No son pocos los residentes que aprovechan julio o agosto para tomar sus vacaciones y escapar de Ibiza y sus aglomeraciones…

Es tarea casi imposible, hoy en día, conseguir una buena mesa en el restaurante de moda o reservar una mesa VIP en la discoteca de turno, durante éstas semanas de altísima ocupación. Igualmente saturados están los supermercados y las tiendas de artículos de primera necesidad; gasolineras, carreteras, aparcamientos y playas se ven desbordados por la demanda, propiciando que los precios ofertados no se correspondan con los servicios prestados, lo que incide de forma negativa en la visión que se tiene de Ibiza desde el exterior.

Igualmente, la enorme demanda de servicios se traduce en un mercado inmobiliario de lujo al alza, donde no importa si los precios son baratos o caros: sólo interesa si el cliente quiere pagar lo que se le pide, aunque la balanza precio/calidad no esté precisamente equilibrada…

Así pues, estando las cosas como están y sabiendo dónde y cómo nos ha tocado vivir, podemos concluir que Ibiza es, en verano, la Meca de la música y la fiesta. Y todo lo que esto lleva asociado.

Y llegamos al tema de fondo de éste artículo: ¿Qué quiero decir con todo esto?

Pues que Ibiza y Formentera sufren en la actualidad una gran presión urbanística y social, debido al enorme éxito que la marca ‘Ibiza’ tiene en el mundo.

En los últimos años las Pitiusas han podido sortear de alguna forma la crisis global, a pesar del evidente descenso en inversión de los promotores nacionales, gracias a la irrupción de nuevos compradores extranjeros de alto poder adquisitivo.

El mercado inmobiliario se ha tenido que adaptar a las nuevas circunstancias, donde prima la inversión privada en artículos y propiedades de lujo, y en cambio se han estancado las ventas en el mercado medio (de apartamentos turísticos y viviendas de gama media, para entendernos).

También se está potenciando la renovación y modernización de hoteles y establecimientos turísticos, gracias a la unión de intereses entre el propietario (que busca un más alto segmento de mercado), el cliente/turista, y la administración. Un claro ejemplo es la aplicación de la Ley Turística Balear del 2012, sobre la que podemos hablar en otra ocasión, pero que indica de forma clara hacia dónde van los tiros y qué se pretende.

Por último, la consolidación de Ibiza como referente musical está provocando cambios en cómo el residente y el turista ven la evolución de la isla, y falta por saber hasta dónde nos llevará la locura electrónica.

Con éstos mimbres podemos elaborar la cesta de qué es Ibiza hoy en día, y hacia dónde va.

A nadie se le escapa que el esquema turístico actual es insostenible, y queda en nuestras manos el decidir qué queremos para el futuro.

Solventar los problemas que produce la enorme presión territorial debería ser la piedra angular de nuestra hoja de ruta para los años venideros; en caso contrario, corremos el riesgo de que se escape a nuestro control, y pasemos a ser ‘otro’ destino turístico sin identidad ni valores autóctonos. Y masificación.

Ya no vale decir ‘En Ibiza, todo es posible’; porque no es cierto.

Debemos ser nosotros, desde la experiencia que nos da la historia reciente, quienes pongamos coto a los excesos de temporada.

Debemos ser nosotros quienes informemos a inversores y promotores de las posibilidades reales de inversión, no de locuras y pajaritos que traen con ideas preconcebidas.

Debemos dar estabilidad urbanística a las islas, es decir seguridad jurídica y legal, en el sentido que muchas veces las leyes no son objetivas ni claras y dan lugar a interpretaciones subjetivas o poco fundamentadas por parte de algunos sectores de la administración.

Debemos, en realidad, poner nuestras ideas claras y saber hacia dónde queremos ir, de forma que nunca perdamos nuestra identidad. Y saber transmitir éstos valores a visitantes y turistas, a residentes y payeses, de forma que las soluciones sean el resultado de unir sinergias en vez de provocar enfrentamientos.

Debemos concienciarnos de nuestra realidad actual y de futuro, planificar e informar, compartir conocimientos y saber interpretar los síntomas del enfermo. No obligar con normas o reglamentos, sino compartir recursos e ideas. Para ver más allá de nuestros intereses particulares y asegurar un futuro para todos.