Respeto a los miles de espectadores que disfrutan con productos como ‘Ocho apellidos vascos’, pero a mí me parecen basura. Basura cinematográfica, porque entiendo el cine como un arte, y basura humorística, porque erigen un monumento al tópico y al chiste fácil en cada secuencia. Dani Rovira, el protagonista de esa película - la más taquillera del año, dicho sea de paso - fue el elegido para presentar la gala de los premios Goya. Una de las mejores cosechas de cine español de los últimos años (con producciones notables como ‘Magical girl ’, ‘La isla mínima’ o ‘Relatos salvajes’) merecía un conductor a la altura.

Fue un desastre, de principio a fin. Sus chistes eran una absurda continuación de las ocurrencias del film; era como revivir aquella pesadilla, con la diferencia que la cinta duraba unos 90 minutos y la gala pasó de las tres horas. Pero lo ‘mejor’ llegó en el tramo final, cuando Rovira, con la inestimable ayuda de sus guionistas, decidió dedicar uno de sus gags a Ibiza. Jugó con el título de la triunfadora de la noche para imaginar la isla en 2030, recreando una situación ‘apocalíptica’, donde ya no nos visita «ni Guti» y dos yonkis melancólicos recuerdan las gloriosas marchas de antaño. Pocholo y Pamela Anderson fueron algunos de los nombres propios de ‘referencia’ que el cómico utilizó para intentar hacer reír; también el de David Guetta, al que endosó la inteligente rima de ‘jeta’ para deleitar al público. Algo más de un minuto de vergüenza ajena duró la gracieta. Ni siquiera fue mofa, porque hasta para eso hay que tener un arte del que, más allá de su acento sevillano, carece el humorista metido a actor (malo, por cierto). Menos mal que la verdadera presencia ibicenca en los Goya tenía nombre de mujer, Mariam Bachir: una de las mejores vestidas de la noche, por obra y gracia de Charo Ruiz.