Esta legislatura está provocando que hasta el Rey esté intentando poner orden, aunque ya veremos si lo consigue. Felipe VI, como antes Juan Carlos I, intentará presionar sin que se note demasiado para que no vuelvan a celebrarse unas elecciones. Nos hemos convertido en un país de chirigota, con perdón para los gaditanos, y deberíamos evitar convertirnos en el hazmerreír mundial. Estamos en ello, dedicamos mucho esfuerzo a ello, pero en esta ocasión sabremos si la figura del Rey es decorativa o tenemos un monarca que tiene más poder del que creemos. Jugar a la ambigüedad es fácil y cómodo, pero el Rey no puede permitir que siga este espectáculo. Felipe VI, que conoció de niño a los políticos de la transición, debe estar anonadado con los movimientos políticos de estos días. Empecemos por el episodio de Soria, que fue nombrado miembro del Banco Mundial tras dimitir como ministro por tener cuenta bancaria en Panamá. Ayer, afortunadamente, renunció al cargo. Tuvo más sentido común que los que le propusieron y aplaudieron su nombramiento públicamente. Pero el que nunca deja de sorprendernos es Pedro Sánchez. Se le nota relajado después de sus merecidísimas y cortas vacaciones en Eivissa (no sea cosa que Sofía Hernanz vuelva a enfadarse) porque ha llegado a la magistral conclusión de que solo intentará la investidura si tiene los votos suficientes para ganarla. La semana pasada insinuó que buscaría una alternativa a Rajoy. Ahora ya dice que no se postulará para la investidura. Mañana ya veremos qué declaraciones hace. Ante este panorama no está mal que el Rey se implique, que evite elecciones en Navidad, pero el mal endémico de este país es el bajo, bajísimo nivel de nuestros políticos. Hasta Felipe VI se ha dado cuenta de ello. Pobrecito.