Estos últimos días se hace especialmente complicado pensar en que nuestros hijos recibirán un mundo mejor. Inculcarles cada día que no peguen a nadie, que sean generosos, que no discriminen a sus compañeros, que se esfuercen cada día un poco más por comprender a los demás, respetarlos y aceptarlos se vuelve cuesta arriba pero, a pesar de ello, debemos insistir en esto para tratar de lograr un cambio porque ellos serán el futuro. Esto es difícil cuando el curso político, social y económico del mundo se dirige hacia un camino que sabemos que no puede acabar bien. He visto imágenes de americanos blancos golpeados por votar a Trump y de otros golpeados por ser homosexuales; y sólo han pasado unos pocos días desde que se conociera el resultado de las elecciones celebradas el día que se conmemoraba la caída del muro de Berlín en la que el candidato que promete hacer lo propio ha resultado electo, no quiero pensar en lo que nos depara el destino. Como las escalofriantes pelis sobre el Ku Klux Klan pero es la pura realidad. Muchos pensarán que lo que pase en Estados Unidos no nos afecta, pero no pueden estar más equivocados. El gigante de occidente lleva décadas caracterizándose por exportar sus valores, su cultura, su simbología y su pensamiento.
Una frase de Miguel de Unamuno reza: «el fascismo se cura leyendo y racismo viajando». Quizás en lugar de los servicios militares obligatorios los jóvenes deberían pasar un año o dos viajando, buscándose la vida y leyendo. Así podríamos intentar romper esas cabezas duras e ignorantes que ven enemigos por doquier solo porque su color de piel es diferente. Somos ciudadanos de un mundo que cada día enferma un poco más, somos todos potenciales emigrantes. Si lográramos enriquecernos escuchando otras experiencias y votando de una forma menos egoísta seguramente tendríamos la mitad del camino hecho hacia una sociedad con valores más respetables.