Recientemente estuve en Barcelona 12 horas, con mi mujer Cristina, para ver un poco en vivo y en directo el ambiente de la Ciudad Condal. Aterrizamos por la mañana, despegamos por la noche. Comimos en La Fonda, bebí agua salobre en la fuente de Canaletas, pasamos junto al hotel Colón donde hace treinta y cinco años entrevisté a Pierre Vilar. En La Rambla apenas había gente, era casi un erial, más moros que cristianos; es verdad que el frío arreciaba pero con esa cierta calidez que a veces le da el Mediterráneo. Me dicen que el turismo ha bajado mucho. En la Rambla los puestos en los que venden crepes y churros van sustituyendo a los famosos quioscos de periódicos. En infinidad de tiendas de souvenir venden españoladas, supongo que para escozor de los estelados (todo esto ya lo explicó muy bien Josep Pla en el recién editado Hacerse todas las ilusiones posibles, ed. Destino). Nos fijamos en un anuncio impresionante de Cocacola en el que se ve a una familia feliz, cool catalana supongo, y se lee en catalán «Estamos más cerca de lo que creemos». No vi a nadie por la calle con el famoso lazo amarillo de Guardiola, sólo dos señores mayores, ella con abrigo de visón, ambos me parecieron que estaban muy lejos de ser cuperos. La Colau todavía no ha terminado de colocar los bolardos, pero está en ello y de momento tiene las furgonetas de la guardia urbana haciendo de parapeto. Poco carteles electorales de los extintos JxSí, sí me topé la carpa que tiene Ciudadanos en la plaza de la Universidad, se niegan a que los asfixien. Las franquicias se están comiendo la ciudad con patatas. FumFumFum, se lee en los letreros luminoso navideños urbanos.