Antes del descuento en las tarifas aéreas, creo que los indígenas pitiusos firmaríamos por un descuento de residente para el ocio isleño. Salvo algunas alarmantes excepciones de por allí resopla el timo, tanto bares como restoranes tienen más vergüenza que las inmisericordes líneas aéreas con sus clientes. Los descuentos serían realmente efectivos, la pasta se quedaría en la isla y la vida ociosa se animaría exponencialmente durante el solitario invierno, cuando aúllan los lobos solitarios.

Tales reflexiones me vinieron mientras chapoteaba en una piscina helada (exorcismo contra la resaca) en una casa cercana a Benirrás, propiedad de una deliciosa chiflada. A pocos metros de mí sonó un escopetazo que hizo callar a los pájaros y me obligó a un ejercicio de prudente apnea (nunca se conocen del todo las amistades de una chiflada por muy deliciosa que sea). Cuando emergí tiritando, una voz me saludó con un alegre ¡Bon dia! Era un cazador. Fui a su encuentro con un pareo de leopardo, confiando que no fuera aficionado a la caza mayor, y le pregunté qué estaba tirando. «Becadas», respondió. «Pues como una becada caiga a este lado del muro, me la quedo», amenacé con cierta coña. «No será necesario; si la cobro, te la regalo».

La becada, de intenso sabor no apto para melindrosos, se cocina faisandé, un poco pasada (los fanáticos opinan que debe colgarse y estar casi podrida, cuando el pico se desprende). ¿Cómo es posible que en los estupendos restaurants que tenemos por toda la isla no ofrezcan semejante maravilla? ¡Es el summum de los platos de caza!
En Ibiza abundan y son muy codiciadas por los cazadores. También abundan los gorrones de altos vuelos en las líneas aéreas, pero esos estafan sin depredador de competencia ni Goven que los amenace.