Lo personal se vuelve político en el momento en que dejas de quejarte entre tus grupos de amistades y sales a la calle a protestar, empiezas a debatir en asambleas y te involucras en movimientos sociales. Pero llega un momento que los gritos ya no te bastan porque no encuentras un interlocutor al otro lado. Es entonces cuando descubres que la política es una herramienta y acabas militando en un partido como Podemos que no solo abre sus puertas para escucharte sino que, además, lleva estas propuestas a las instituciones.

En el norte de Ibiza las personas de Podemos nos reunimos para hablar de los problemas, proponemos ideas, las convertimos en mociones y, si conseguimos suficiente apoyo en el ayuntamiento, disfrutamos de esos cambios reales que mejoran nuestra calidad de vida.

Esto es lo que me ha hecho dar el paso para convertirme en una herramienta para la ciudadanía, pero no en una política al uso que ocupa un sillón en la administración, sino en un instrumento mediador que escucha y que siente. Mi día a día esta con las madres y padres del colegio de mi hija, con las personas que me sirven el café y me atienden en la tienda, con mi familia y amistades, pero también con la isla en la que vivo, con los campos y el mar que me rodean, con todo lo que es parte de la vida y merece nuestro respeto.

Acepto el reto de trabajar con responsabilidad para que las futuras generaciones puedan vivir en una sociedad igualitaria, puedan tener sus necesidades básicas cubiertas, puedan bucear en una cultura libre de censura, puedan optar a una educación alternativa, puedan disfrutar de una paisaje limpio y sostenible y sientan que hay alguien que puede escucharlos cuando se sientan traicionados. Quiero sentir el pulso de la gente y convertirme en ese instrumento de cambio que personas como mi abuelo llevan toda la vida esperando para que su derecho a la participación democrática pueda dar sus frutos.

En la campaña de las generales he ido a Palma a ver a Pablo Iglesias. Su discurso se centró en las pequeñas historias del día a día que son las que construyen España. Habló de Milagros, una camarera de pisos de Ibiza que me ha hecho recordar cuando, mientras estudiaba en la universidad, me toco trabajar en la temporada de verano, algo habitual en la mayoría de los jóvenes. De hecho, si lo pienso, tengo un repertorio variopinto de contratos: ayudante de un espectáculo de loros, telebombonera, encuestadora en la playa o camarera de pisos. En este último, me contrataron en un hotel del Puerto de San Miguel.

Allí descubrí que en la isla habitan comunidades de inmigrantes andaluces que viven hacinados en habitaciones sin ventilación en los sótanos del hotel y que no salen de allí en todo el verano. Yo era una extraña entre este grupo de mujeres, madres e hijas, que año tras año vienen a hacer la temporada. Recuerdo con cariño como se reían de mi cara de espanto cuando en mi primer día de trabajo casi colapse. Ellas me enseñaron los ‘trucos’ para poder hacer 21 habitaciones en cinco horas, ya que las otras tres horas se invertían en limpiar los espacios comunes que consistía básicamente en recoger la basura que los ingleses tiraban, literalmente, por el suelo en el frenesí del alcohol que produce tener la pulsera del todo incluido. La verdad es que fue un reto, pero confieso que sólo aguante un mes porque aquello era como estar en galeras, sin un momento de aliento.

Debo decir que esta realidad de explotación laboral deriva en una pésima higiene tanto para el personal como para la clientela. El comedor de personal estaba viejo y sucio, ¡pero es que no tenían tiempo para limpiarlo!, y lo que descubrí es que tampoco tenían tiempo de limpiar en condiciones las habitaciones. Los trucos que me enseñaron no los voy a desvelar aquí, como los que se cuecen en muchas cocinas de restaurantes o barras de un bar. Pero seamos realistas, para hacer bien tu trabajo requieres de tiempo y dedicación, necesitas tener salud y dos días de descanso y eso es justo lo que las políticas de empresa no tienen y menos los hoteles gestionados por tour operadores que venden una semana con todo incluido por 300 euros con tal de tener el hotel lleno al 100%, y por ese precio, ¿quién va a exigir calidad?

Muchos dirán que la isla se esta reconvirtiendo para ofrecer mejores servicios y de mayor calidad, lo que no tengo claro es que esto sirva para darle más tiempo a las camareras de piso para desarrollar su trabajo y para descansar y que puedan ofrecer ese servicio de calidad del que tanto presumen los nuevos hoteles de lujo de Ibiza.