Saber lo que fuimos para entender lo que somos. Es el lema de mi colega y amigo Carlos Guerrero, en su excelente programa de historia (RNE). Ahora toca saber que este lunes se celebra el Día Internacional del Holocausto. Como cada 27 de febrero, al cumplirse el 75º aniversario de la más emblemática referencia al horror del siglo XX. Hablo de la liberación de los campos de exterminio de Auschwitz, donde la infernal maquinaria nazi asesinó a cientos de miles de seres humanos. La oportunidad conmemorativa se hizo visible el miércoles en el Foro Mundial del Holocausto, en el transcurso de una cena que convocó en Jerusalén a cuarenta jefes de Estado y presidentes de Gobierno comprometidos en la lucha contra el racismo, el antisemitismo, la xenofobia y cualquier otra forma de odio al diferente. Patologías que rebrotan en estas primeras décadas del siglo XXI. Y lo que quiero destacar es que fue el rey de España quien expresó el compromiso compartido contra el peligroso avance de los discursos del odio.

Felipe VI fue la voz elegida para hablar en nombre de todos esos mandatarios. Porque era el único que no suscitaba recelos. Y porque el Gobierno de Israel no encontró a ninguno más acreditado para advertir contra los peligros de olvidar lo ocurrido y para pregonar los valores de paz, libertad, tolerancia y respeto a los derechos humanos. Casi todos los asistentes eran presidentes de repúblicas tan consolidadas como las de Francia, Alemania, Italia o Portugal. Así que cualquier español de buena fe debería sentirse orgulloso de que Felipe VI hiciera una defensa tan firme de los valores republicanos. Entre otras cosas, se recostó en Maimónides, para sostener que «el peor de los males es ignorar que todos los hombres y mujeres son iguales, y que todo ser humano está investido de la mayor dignidad», dijo. ¿Qué republicano español va a dejar de saludar el hecho de que Felipe VI defienda los valores por los que cayeron tantos españoles en su malograda lucha de aquella guerra incivil?