Las amenazas en un mundo cada vez más conectado pueden ser catastróficas. Un ejemplo es el reciente ciberataque a una planta de aguas de Oldsmar, en Florida, con el riesgo que supondría para la salud de las personas.

El ciberataque se ejecutó en remoto contra la planta depuradora de aguas, y los ciberdelincuentes, que no han sido identificados, alteraron los niveles de los parámetros químicos que se utilizan en la planta para suministrar el agua corriente a los hogares. El cibercriminal en cuestión habría tratado de aumentar hasta 100 veces la presencia de la sosa cáustica en las aguas de la estación, lo que habría resultado tóxico para las personas que ingiriesen agua desde el grifo de su casa. Por suerte un trabajador de la estación de tratamiento del agua ajustó a tiempo los niveles y evitó el envenenamiento de los ciudadanos. Este tipo de ciberataque podría ocurrir en los coches, electrodomésticos, dispositivos médicos, impresoras, subestaciones eléctricas o en los asistentes virtuales, entre muchos otros ejemplos que hay hoy. ¿Por qué son posibles estos escenarios? Como bien señala el experto en seguridad informática Bruce Schneier en su libro Haz clic para matarlos a todos , «todo se está volviendo vulnerable de esta manera porque todo está convirtiéndose en un ordenador. Más concretamente: un ordenador en Internet».

Este incidente sirve para recordar que las infraestructuras críticas requieren una mayor supervisión gubernamental. Estos riesgos no van a desaparecer por arte de magia. Tenemos que ser conscientes que vivimos en un mundo hecho de ordenadores que necesitan un nivel de protección adecuado.

En definitiva, los ciberataques son cada vez más habituales contra laboratorios, hospitales, empresas o incluso instituciones. Necesitamos adelantarnos a los riesgos con leyes y políticas.