Lo siento, Nevenka. Han tenido que pasar veinte años para que ambas nos demos cuenta de que somos hoy más libres y más honestas que hace dos décadas. Este artículo es una disculpa que hago extensiva a todos los que pusimos en duda tu palabra, a los que justificamos el argumento de que tú antes ya habías consentido un abrazo, un beso o un polvo y a quienes, de alguna forma, sembramos la duda sobre tu caso dándote la espalda.
Lo siento, Nevenka. Fuiste víctima y acusada y se justificó a un acosador porque en aquellos días las mujeres creíamos que los hombres eran así y que nuestro deber era no darles pie a que pudieran hacerlo.

Lo siento, Nevenka. Yo en aquellos días trabajaba en una emisora de radio regional, cubrí tu caso, lo seguí y me convertí, como muchos, en juez antes que en periodista o incluso que en persona. Eran años en los que nuestros novios nos acompañaban siempre a casa porque teníamos el miedo normalizado, como el frío de los inviernos castellanos, y donde si una chica de 26 años se enrollaba con un señor mayor tenía una etiqueta clara. Entonces, en 2001, alguien con casi 50 años era ‘un viejo’ para nosotras y ser guapa era un lastre. Cómo olvidar los cuchicheos en los pasillos de la Universidad en los que silabeaban que aquella alumna de segundo solo salía en antena por ser rubia o las dudas maliciosas hacia quienes tuvimos la suerte de comenzar nuestra carrera profesional sin haber terminado todavía los estudios. Yo entonces hacía un giro de melena y les dedicaba mi mejor sonrisa, porque sabía que tenía más bonita la voz que la cara y que el periodismo es una profesión en la que solo se crece leyendo y escribiendo mucho, sin mohines ni sonrisas que valgan. Pero tú, Nevenka, sentaste un precedente y fuiste la precursora en nuestro país del movimiento me too, algo que ni te hemos agradecido, ni por lo que nos hemos disculpado, las únicas dos cosas que nos pedías.

Así que yo hoy, desde aquí, te pido perdón, Nevenka. Viendo el documental sobre tu historia, tu triste y desangelada historia, he vuelto a escuchar una frase que no me aterró hace dos décadas. Un fiscal te afeaba no haber renunciado a tu puesto si no estabas a gusto, porque tenías posibilidades económicas e intelectuales para hacerlo, «no como la empleada de Hipercor, a quien le tocan el trasero y tiene que aguantarse porque es el pan de sus hijos». Tú le respondiste con la voz entrecortada que tenías que defender tu dignidad y él te golpeó en el orgullo asegurando que eso tenías que haberlo hecho antes de montar aquel circo.

No tenía razón, no tenía derecho, no tenía vergüenza y ese hombre escenificó el comportamiento de la justicia de un país que consideraba culpable a las víctimas solo por seducir a los lobos con sus encantos. Tenías solo 26 años, una carrera por delante y entraste en política con la ilusión de los que creen que pueden cambiar las cosas. Y sabes una cosa: lo hiciste. Hoy somos más conscientes que nunca de que fuiste más allá de tus concejalías en Ponferrada. Fuiste una leona que nos defendió a todas y cambiaste nuestro mundo, demostrándonos que no teníamos por qué callar, por qué agachar la cabeza y, por supuesto, por qué claudicar nunca ante un depredador sexual. Cambiaste a un país, solamente que hasta hoy no lo hemos entendido.

Los tuyos, en vez de arroparte, te dejaron sola, te arrojaron al vacío y tuviste que huir de tu ciudad donde aquel hombre oscuro siguió viviendo, ocupando, incluso, puestos de relevancia a pesar de haber sido condenado por la justicia. Él te acosó sexual, laboral y emocionalmente y te derribó. Ismael Álvarez te robó el nombre y la juventud.
Lo siento, Nevenka, gracias por haber golpeado a un país antes de decidir que no querías seguir viviendo en él. Gracias por hacernos más libres y más honestas y perdona de nuevo por no haber sido capaz de ver la verdad que hoy te acompaña.