La pregunta más difícil | Pixabay

¿Cuántos hijos tienes? La mayoría de la gente respondería a esta pregunta sin dudar, pero no es mi caso. La pérdida de un hijo es, sin duda, la experiencia más dolorosa por la que una madre y un padre pueden pasar.

Un dolor que se multiplica exponencialmente cuando esta muerte se produce en pleno paritorio y el que se suponía que iba a ser el día más feliz de tu vida se convierte en una pesadilla de la que uno nunca logra despertar. Tampoco se supera el momento en el que te entregan a tu hija muerta para que puedas fotografiarla y tener, por lo menos, un recuerdo de ella.

El único. Y la besas y la abrazas. Y ella no respira. Y no la verás crecer ni le harás coletas ni te llamará papá. Y el mundo se te cae encima cuando te la arrebatan de los brazos para nunca más volver a verla.

Y llamas a tu familia para decirles que todo ha ido mal y que lo sientes, que no serán abuelos ni tíos ni nada. Y sales del hospital con las manos vacías y vuelves destrozado a una casa preparada para recibir a un nuevo miembro de la familia que nunca llegará.

¿Quién puede recuperarse del todo de un trauma como este? El paso del tiempo todo lo cura, dicen. La cuestión es que para nosotros el reloj se detuvo en aquel paritorio. Esta es la primera vez que hablo públicamente sobre aquel maldito 20 de septiembre de 2016.

Y lo hago como catarsis y para que los padres que hayan pasado por la misma situación sepan que no están solos. Y para que las muertes perinatales dejen de ser un tabú entre familiares y amigos.

No tengáis miedo de preguntar por nuestros hijos muertos, no queremos que se queden en el olvido y la mejor manera de hacerlo es hablar de ellos. Por cierto, se llamaba Emma. Por si queréis que os cuente lo guapa que era.