Una de las primeras cosas que aprendes del marketing es que el uso de cachorros, ya sean humanos o de otras especies, y de connotaciones sexuales, siempre que sean finas y veladas, suele traducirse en clics y en un mayor interés de la audiencia por una campaña, anuncie lo que anuncie. La ternura y el deseo son dos de los motores primarios que nos mueven y su uso se ha extendido a lo largo de los siglos, épocas y productos generando incongruencias como que el cuerpo de una mujer desnuda sirva de reclamo a empresas de camiones o de hoteles.

Un dato que nos dieron en clase de publicidad fue que el primer anuncio datado se correspondía con los grafitis que hacían las heteiras, véase, las prostitutas de la época, en la antigua Grecia, para divulgar sus servicios. De hecho, perdí una apuesta con un amigo que me contradijo, cuando a la segunda copa de un sábado cualquiera quise hacerme la interesante. Agitando su cubata me rebatió esa afirmación aseverando que no era cierta y que en el año 3.000 antes de Cristo ya se dató un papiro donde un hombre ofrecía una recompensa para encontrar a un esclavo que había huido de su tienda de telas. Como en aquellos tiempos, corría el año 99, el acceso a Internet se reducía al aula de informática de la universidad, tuvimos que esperar hasta el lunes para saber quién tenía razón.

Obviamente perdí y me tocó cocinarle una de mis famosas paellas «de sobras» como pago. La receta es de mi padre, quien siempre ha tenido la habilidad de crear todo tipo de arroces maravillosos encuentre lo que encuentre en el frigorífico, ya sean restos de alcachofas, de chorizo, de costillas o de gambas (lo siento, ya sabéis que los seres de la estepa llamamos paella a todo). Coincidimos en creatividad pero no en paciencia y a mí siempre me han quedado un poco duros. Menos mal que ahora se llevan los arroces «al punto» y que en aquel entonces era muy fácil conquistar corazones y estómagos.

Les suelto este rollo porque hoy me he dado cuenta de que este capítulo es el 69 de esta bitácora que llevamos más de dos meses compartiendo y sin poder evitarlo he sonreído al evocar ese número tan erótico. Dicen que de este confinamiento nacerán muchos niños gestados al amparo del aburrimiento y de los cariñitos de alcoba, pero que también serán muchas las parejas que se separarán una vez que alcancemos la «nueva normalidad». No me encuentro en ninguna de las dos estadísticas, puesto que no tengo intención de mejorar o empeorar la especie y lo cierto es que estos días les reconozco que me he enamorado más si cabe de mi compañero de sofá y de cama.

Así que les invito a que si están en la misma fase que yo, en la de demostrar a las personas que queremos lo importantes que han sido, que son y que serán en nuestras vidas, se hagan esta noche un nudo con ellos, sonrían mucho, suden todo el miedo que hemos cargado juntos y celebren la vida. Hoy vamos a liarnos a la pata de la cama, o lo que haga falta.