Test rápido en el puerto de Ibiza. | DANIEL ESPINOSA

Se nos está olvidando todo demasiado deprisa, como si nos hubiésemos lanzado a bailar una canción desconocida e irrefrenable en la pista de Amnesia. Hemos perdido la memoria, la razón y el respeto y nos estamos comenzando a creer nuestras fantasías, como cuando creíamos que era posible aprobar un examen sin haber estudiado, adelgazar por ciencia infusa o rejuvenecer diez años con una crema del Alcampo. Yo misma decía anoche que todo saldría bien, que estaba segura, como en aquel hospital donde me convencía una y otra vez de que ganaríamos la batalla al puto cáncer mientras que algo oscuro me susurra por dentro que no era verdad.

No son fantasías, he leído decenas de estudios avalados por expertos de todo el mundo en los que afirman que el coronavirus es hoy cien veces menos potente que hace unos meses, que la vacuna aparecerá pronto y donde sentencian que esta película no tendrá secuelas y que podremos colgarle un final más o menos tierno. Pero en el fondo, esa voz negra que me quema por dentro me obliga a nadar mar adentro, a contrastar fuentes y a escudriñar en varios periódicos, en distintos informativos o en medios digitales otras realidades. Suena como los gritos del exterior cuando buceas en una piscina eterna y se pierden y se deforman impidiéndote entender lo que dicen. Tal vez este miedo de hoy, caliente y viejo, se deba a que Aqualia nos ha cortado el agua durante más de seis horas y me he dado cuenta de lo frágiles que somos cuando no podemos ni lavarnos la cara. ¿Y si todo volviese a empezar? El confinamiento, el grifo de los ingresos cortado, el secuestro en nuestras cuatro paredes, la impotencia de no poder proteger a los más débiles… ¿Y si fuese todavía peor, lidiando con menos y sin los lujos de este paseo de equilibristas con paracaídas que hemos vivido?

Yo me quiero creer mis mentiras, se lo juro, pero me acabo de leer una entrevista a la viróloga Margarita del Val que me ha destemplado la garganta. En ella asegura que el Gobierno todavía no ha hecho públicos los datos pero que «hay mucho virus circulando, más que antes del estado de alarma». Otra bofetada con letras añade que también hay más brotes que en marzo y que la única manera de evitar una segunda oleada es mantener las medidas de seguridad recomendadas. ¡Con lo feliz que era yo anoche brindando con una copa de champagne en Casa Maca por la suerte de poder compartir una buena mesa al amparo de una noche estrellada y hoy Margarita me lanza un jarro de agua fría para que me espabile el optimismo y me enjugue las legañas! Esto no ha acabado ni de lejos bonita, grábatelo a fuego en esa cabecita. Si solo ha pasado la enfermedad un 5 % de la población, no hace falta ser muy lista para saber que el otro 95 % podría contraerla en cualquier momento, así que haz cuentas. Y el lunes que viene se abren fronteras y no sabemos quién o con qué vendrá a inventarse que todo ha pasado propagándolo en nuestros hoteles, en nuestros restaurantes y en nuestras playas… Margarita concluye que estos serán los años de la pandemia y que lo mejor es que nos hagamos a la idea. Y yo que respeto a los sabios y que escucho a los que me superan en años y en lecturas a sus espaldas, me calzo ese instrumento quirúrgico otra vez con las orejas bajas porque estos días he abrazado de más ilusiones y a personas.

Espero que este remojón solo sea la resaca de los que celebran antes de tiempo los triunfos y que mañana al deshojar lo que se nos viene encima Margarita nos diga que sí, que esta vida nos quiere y que podremos volver a bailar sin ritmo y sin recuerdos tristes el verano que viene en Amnesia.