1. Ayer domingo, por la mañana, a las 11,30, mientras en la capilla de la Residencia ‘Reina Sofía se estaba celebrando la Santa Misa del domingo, en su habitación en la misma, asistido por una enfermera, acabó sus años-casi 86- en esta tierra don José Planells Bonet, entrando así en la vida eterna para la que se había preparado llevando una existencia que ha discurrido poniendo lo mejor por su parte para ser un buen cristiano, un buen sacerdote, un buen ciudadano, un buen ibicenco. Admirando eso por parte de quienes hemos tenido la dicha de conocerle y tratarlo, nos deja un buen recuerdo y un entrañable afecto compartido entre él y nosotros, así como unos maravillosos ejemplos.

A lo largo de su vida ha recibido distintas distinciones. Una de ellas es el afecto que ha recibido por parte de su familia, de los vecinos de los pueblos que sirvió, de los Obispos y del clero de la diócesis. Como sacerdote generoso y entregado a su gente, fue nombrado canónigo en 1995. Como ciudadano de San Antonio de Portmany recibió la máxima distinción por parte del Ayuntamiento. Como promotor de los valores ibicencos, el pasado 1º de marzo el Govern balear concedió el Premio Ramón Llull a don José Planells Bonet, conocido también como don Pep Negre, decano por edad de los sacerdotes de nuestra diócesis de Eivissa. Con anterioridad en 1990 se le otorgó la Mención de Honor Sant Jordi del Institut d’Estudis Eivissencs, así como en 2009 el Premi a la Producció Cultural Eivissa (Institut dEstudis Baleàrics) y Forca de Fang (Asociación de Vecinos de Sant Rafel).

La concesión de esta última distinción por parte del Govern balear a propuesta del Consell Insular d’Eivissa corrobora su vida, una generosa existencia entre nosotros, con nosotros y sirviendo a los que entran en contacto con él. Cuando el President del Consell Insular d’Eivissa me comunicó la propuesta del Consell y la decisión del Govern balear de conceder este año, con motivo de la fiesta del 1º de marzo, la distinción Ramon Llull a don Pep Negre, sentí una gran alegría. Había justicia, había reconocimiento, había realidad.

Don Pep Negre ha sido un cristiano, un católico que ha vivió su fe como sacerdote ibicenco. Nació en el pueblo de Sant Rafel de Sa Creu, en una familia ibicenca y campesina. Desde niño se sintió enraizado en su tierra, y así, con esa identidad va creciendo con sabiduría humana y cristiana. Su identidad no sólo le define, sino que conforma sus actividades. Los valores de Ibiza, con más de siete siglos de cristianismo, de hermosa naturaleza, de gente con valores impresionantes son una buena escuela de vida si se saben acoger. Y don Pep acogió todo eso.

Crece en un mundo rural tradicional ibicenco, que tiene unas maravillosas características: la casa paterna, las casas cercanas de los familiares, dentro de la propia venda o en otras, los campos, divididos, rodeados de paredes, atravesados por caminos, los árboles: almendros, algarrobos, higueras, olivos, etc.; las siembras, las colinas y los bosques.. Todos esos elementos que van siendo conocidos, amados, estimados, que después sirven al hombre, al cristiano, al poeta.

En San Rafael, como en los demás pueblos de nuestra Isla, en ese contexto agrícola destaca también la iglesia parroquial, la casa de Dios al servicio del pueblo. En todos los pueblos de Ibiza y Formentera la Iglesia católica es la promotora, la titular, la defensora y la mejor utilizadora de los bienes culturales que son nuestras parroquias: en ello nadie nos supera. En la Parroquia de San Rafael don Pep recibió la iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación, la Eucaristía. Allí escuchó la Palabra de Dios, rezó, sólo y en comunidad. ¡Qué hermosas son esas actividades en nuestras parroquias! ¡Qué bien hacen a la gente, a los niños, a los jóvenes, a las familias, a los ancianos! En don Pep tenemos un ejemplo de ello.

Todo ese ambiente es acogido por don Pep y como una semilla que cae en tierra buena, brotó y dio fruto abundante. Como monaguillo ayudó al párroco en la misa diaria, los funerales, las diversas celebraciones, la bendición de la Salpassa… y así escucha una llamada divina a ser sacerdote y lo acoge. Tras su formación en el Seminario Diocesano, y una breve estancia en el Seminario de Valencia, en 1951 recibe la ordenación sacerdotal, y tras su Primera Misa empieza a servir: Sant Vicent de Sa Cala, la Mare de Deu de Jesús, Sant Francesc de Paula, Sant Carles, Sant Rafel y Santa Agnès, además de la Capella de Buscastells. Y desde 1995 canónigo de la Catedral. En mis nueve años de ministerio episcopal en esta diócesis han visto a don Pep en San Rafael y Santa Inés y he visto tantas obras buenas que ha realizado allí. Como recuerdo para el futuro y síntesis de todas ellas quedará el retablo magnífico que por su dedicación preside esa Parroquia. Es un hecho más de los muchos que ha hecho por Sant Rafel.

Los Obispos que hemos servido en Ibiza en los años de don Pep Negre podemos hablar bien, muy bien de él. Respetuoso y obediente, como prometió ser el día de su ordenación; entregado a todos, abierto y compañero de todos, siendo maestro en la fe, liturgo ene las ceremonias, pastor conduciendo al pueblo, siendo a la vez hermano y amigo de todos.

2. Don Pep ha sido además un escritor de la lengua de nuestra Isla. Personas como don Pep nos hacen amar y estimar la lengua. Una lengua que es expresión de un sentimiento interior y una experiencia bien vivida. Cuando hace casi dos años él me pidió presentar su último libro ‘Forca amunt i forca avall’ ciertamente eso provocó en mí una estima y un aprecio aún mayor del que ya sentía por él. Sí, yo, que no soy experto en ello, presenté, pues, el último libro que publicó. Mi antecesor, Mons. Agustín Cortés Soriano, presentó otro de sus libros, en el año 2005, referente al Padre Palau. No es casualidad que para las cosas que él considera importantes recurra al Obispo de la diócesis: es claramente expresión de su ser sacerdotal, que no se oculta ni cubre por otras actividades.

Otra anécdota que recordaré siempre, y que inició mi relación de estima y aprecio por sus obras ocurrió al poco tiempo de servir yo aquí. En septiembre de 2005, pocos meses después del inicio de mi ministerio episcopal en Ibiza y Formentera, al finalizar los ejercicios espirituales que prediqué al clero de la diócesis en la Casa de Espiritualidad de Es Cubells, don Pep me entregó en una hoja de papel una poesía que me dedicada. Conservo ese texto en ese mismo papel que él me dio. No era un texto accidental, era algo que él sentía y manifestaba: tiempo después lo reproducía con su sola memoria, pues el original lo tenía yo, en uno de sus libros. Nos enseña así que lo que ha publicado no son cosas accidentales o pasajeras sino algo que vive y está en él.

3.Don Pep ha vivido los últimos años, con generosidad, paciencia, buen carácter, sencillez y tantas cualidades que lo distinguen en la Residencia Reina Sofía, institución diocesana, gestionada por la Fundación Ignacio Wallis para atender a los ancianos y que yo, desde mi llegada aquí a Ibiza he potenciado y promovido, convencido de lo bueno que es servir a los ancianos. No es un bajón ser anciano, no. Ser anciano, aunque uno haya de ser asistido, ayudado, no mengua la dignidad ni la categoría. Los ancianos ayudan a ver los acontecimientos terrenos con más sabiduría, porque las vicisitudes de la vida los han hecho expertos y maduros. Ellos son depositarios de la memoria colectiva y, por eso, intérpretes privilegiados del conjunto de ideales y valores comunes que rigen y guían la convivencia social. Los ancianos, gracias a su madura experiencia, están en condiciones de ofrecer a los jóvenes consejos y enseñanzas preciosas. Y don Pep eso lo ha hecho muy bien. Para mí ha sido un ejemplo maravilloso las conversaciones que he mantenido con él cuando le he visitado; hemos hablado de muchas cosas, y con la experiencia de sus años y sus cualidades para mí ha sido maestro. Más aún, un maestro que enseña no sólo con sus palabras sino también con sus gestos: cuantas veces, al entrar en su habitación le encontraba que estaba rezando la Liturgia de las Horas.

Vivir en una residencia de ancianos no es tampoco una mala cosa. Como decía un anciano recientemente declarado santo, el Papa Juan Pablo II, en su Carta a los ancianos en 1999: «Hay situaciones en las que las mismas circunstancias aconsejan o imponen el ingreso en ‘residencias de ancianos’», para que el anciano pueda gozar de la compañía de otras personas y recibir una asistencia específica. Dichas instituciones son, por tanto, loables y la experiencia dice que pueden dar un precioso servicio, en la medida en que se inspiran en criterios no sólo de eficacia organizativa, sino también de una atención afectuosa. Todo es más fácil, en este sentido, si se establece una relación con cada uno de los ancianos residentes por parte de familiares, amigos y comunidades parroquiales, que los ayude a sentirse personas amadas y todavía útiles para la sociedad. Sobre este particular, ¿cómo no recordar con admiración y gratitud a las Congregaciones religiosas y los grupos de voluntariado, que se dedican con especial cuidado precisamente a la asistencia de los ancianos?

He reflexionado sobre todo esto cuando he tenido la noticia de su muerte física, cuando tras el traslado de su cadáver a los servicios funerarios, emocionado he estado pensando en don Pep Negre, ciudadano, sacerdote católico, ibicenco, escritor y ahora persona que ha cumplido su paso por la tierra con Jesucristo, siguiéndole y escuchando su voz. Lo comparto con todos vosotros, y ojalá, las enseñanzas que tantos hemos recibido de Don Pep las acojamos, las pongamos en práctica, sean una colaboración para que Ibiza y Formentera, enriquecidas a lo largo de los siglos de su existencia, sean islas buenas no sólo por la bondad y hermosura de sus ambientes naturales, sino sobre todo por la buenas cualidades de su gente, de gente como don Pep Negre.