Contra el veneno de la generalización, el antídoto de los casos concretos, palmarios. Contra la instalada opinión ‘publica’ de que todos los políticos son iguales conviene reivindicar la honestidad de ciertas personas que, circunstancialmente o no, han ocupado u ocupan un cargo institucional.

Hay políticos ladrones, demasiados, y políticos mentirosos. Los hay que no ahorran en medios y artimañas para desacreditar - o al menos intentarlo - a rivales políticos o a periodistas que no consideran de su cuerda (ahí vale desde twitter a métodos más sibilinos). También hay políticos mediocres, infinidad. Pero también hay gente digna militando y gestionando lo público.

Hace unos días, sin ir más lejos, entrevisté a una de esas personas. Se llama Fanny Tur y, como apunta Marian Suárez (otra política decente y de altura), es una mujer imprescindible. Fue honesta cuando le tocó ser consellera o directora adjunta del ‘Llull’ y lo es ahora cuando la izquierda seguramente se la rifa.

Dice que su momento ya pasó, que los partidos deben renovarse, mientras observa su entorno y, probablemente, se indigna con lo que ve. Pero para que no digan, voy con otro ejemplo, otra mujer, ésta vez en activo: Virginia Marí. Su llegada al Ayuntamiento de Vila ha cambiado las conspiraciones de niñatos que jugaban a hacer política por trabajo. Le puede salir mal o bien, pero habla lo justo y actúa con coherencia. Aceptó un reto harto complicado al asumir el mando de can Botino y ahora encara el de presentarse a las elecciones cuando el viento sopla en contra de su partido.

Tur y Marí, dos mujeres, dos ibicencas, de ideologías antagónicas, que me hacen creer que no todo huele a podrido en esta parte de Dinamarca.