Estaba saliendo de la celda cuando, desde el patio, se elevó un grito desgarrador, como de una persona herida de muerte, al que siguieron otros lamentos no menos atroces.

—¿Qué pasa? —preguntó Guillermo sobresaltado.

—Nada —respondió sonriendo el Abad—. Es época de matanza. Trabajo para los porquerizos. No es éste el tipo de sangre que debe preocuparos». Y Umberto Eco en su magistral obra, tenía razón. Porque nada ha cambiado desde el Medievo hasta la fecha. La inquisición sigue vigente, no importando el lugar ni el modo en que se ejerza la tortura. Ni siquiera si los que la llevan a cabo son de cepa cristiana - léase Guantánamo- o de cepa sarracena - léase Estado Islámico-. Porque ambos son nefastos y porque ambos persiguen los mismos fines desde diferentes posturas y desde diferentes ideales para obtener los mismos objetivos: Instaurar el terror en nuestras vidas. La inquisición no ha perdido fuelle en toda la historia de la humanidad ni la perderá jamás, porque es intrínseca al gen de la maldad que existe en todo organismo humano. Algo que no existe en ningún otro ser viviente en la Tierra. El mal reencarnado en Gog y Magog está siendo utilizado como fin para la instauración de un nuevo principio de los tiempos. Un nuevo orden. Su nuevo orden. Y así, con este don, el ser humano, el hijo de Dios vaga por estas tierras arrasando en su nombre ciudades milenarias, destruyendo monumentos únicos, quemando iglesias, pulverizando vestigios del pasado, que puedan hacer que aquellos ciudadanos que ahora pisotea, rememoren un pasado que a estos nuevos idólatras de la locura no les conviene que sepan, humillando para ello, asesinando, exterminando en definitiva en nombre de su Dios. Sin piedad. Sin misericordia. Como solo esta raza humana resulta capaz.

Y da igual que sean blancos o negros. Orientales u occidentales, cristianos o musulmanes. El objetivo siempre es el mismo: Borrar de la faz de la tierra cualquier cosa que pueda generar diversidad de opinión. Po que con una; con la suya ya es suficiente. Y así pasa que época tras época. Generación tras generación y siglo tras siglo el hombre sigue cometiendo los mismos errores. Los mismos fallos una y otra vez. Ocultando su rostro y la vergüenza de sus miserables actos tras la careta de un ser supremo que todo lo aprueba porque son los elegidos.

Mal presagio para una especie que se sirve de la divinidad para justificar lo que como persona es injustificable.