Cuando alguien lee en algún que otro medio de comunicación las declaraciones de un líder recién presentado a las elecciones, repetir insistentemente, que ha sido su grupo el que ha obtenido mayoría absoluta, y que por derecho le corresponde gobernar, es que sin duda alguna le faltan los apoyos necesarios para llevar a cabo su investidura, y que en consecuencia no le cabe otra que la de pactar con todos o cualquier grupo de la oposición, con el fin de poder ser investido como representante del conjunto de la sociedad que introdujera en las urnas días antes, su voto para darle validez. Lo demás. Lo de «si yo gané por mayoría» o si «yo he tenido más circunscripciones electorales que me han apoyado o que la Ley D’Hont me ha perjudicado en favor de otras fuerzas», son puramente tonterías, pues suele pasar que uno no se queja mientras el viento sopla a su favor.

Esto es lo que ni más ni menos le ha pasado a la «presunta» Presidenta del «presunto» Parlamento andaluz, en donde los partidos minoritarios se niegan a hacerle la corte conscientes de que su fuerza, y por ende su supervivencia, no está en el pacto, sino en la zancadilla como arma de combate, y también como prueba de sangre ante sus novedosos -o noveles- electores, ávidos de vendetta social, o simplemente por el más puro aburrimiento, debido a la impavidez y anquilosamiento demostrado por algunos partidos que llevan jugando al sistema bipolar -también bipartidismo- durante los años que llevamos de democracia en este país y que hasta ahora les ha ido «mejor que bien»

Susana Díaz se llenó los labios de orgullo el día en que supuestamente ganó las elecciones, al decir que había ganado por mayoría. Sus formas: poco elegantes, zafias, y por entero apabullantes en su ya precario estilo arrollador y que nos recuerda más a un elefante que entra a todo tren en una cacharrería, no ayudaron para nada a crear un caldo de cultivo propicio para lo que más tarde hubieran podido ser. los posibles acuerdos de pacto para su investidura. El orgullo no da de comer y ya lo dice el refrán, que quien siembra vientos recoge tempestades. Mal comienzo, pues, para quien quiere gobernar y mal presagio para el resto de circunscripciones electorales que van a tener que lidiar un cuerpo a cuerpo y durante este mes, con aquellos partidos minoritarios para, a duras penas, obtener mayoría simple. Eso si la obtienen. Más bien debemos empezar a acostumbrarnos a acuñar las palabras «minoría absoluta». Es lo que se nos viene encima tras el terremoto electoral sufrido recientemente en nuestro país y en donde la brecha, o más bien la fractura social se hace cada vez más evidente entre sectores de la sociedad inmovilistas y sectores que opinan que hay que hacer girar el bombo con la esperanza de que les toque el gordo en algún número.

Lo que está claro, lo que se ve a simple vista -al menos lo que algunos vemos con la luz del día- porque no tenemos ramas delante que nos impiden ver con precisión lo que a otros sí parece que les cuesta comprender, es que los tiempos de las mayorías absolutas pasaron a mejor vida y que los tiempos de la lidia, el rejoneo y los capotazos por doquier ya no valen en estos momentos. Que lo que ahora se impone es la diplomacia, las buenas maneras y el cultivo de la amistad como principio para un entendimiento entre una minoría y una mayoría simple y consensuada. No sé yo si habrá tanto talento.

La no aceptación de las nuevas reglas de juego, el desconocimiento o no estudio con detenimiento de las mismas, o simplemente la ignorancia de este tan noble como olvidado arte por parte de aquellos que se comprometen con la ciudadanía al convertirse en políticos, puede dar al traste con cualquier intento de gobierno estable, si no comprenden, si no asumen que en el lugar en el que hoy se encuentran, ya no hay plaza ni barrera donde guarecerse; sino campo abierto en el que reclaman aquellos nuevos electores, que han irrumpido sin apenas previo aviso, en este nuevo escenario, y cuyas demandas por absurdas que parezcan deberán consensuarse nos guste o no, mediante acuerdos.

Lo contrario: ¡la ingobernabilidad! ¡ Así de simple y así de sencillo!