Por mucho que he intentado atrasarlo no me ha quedado otra que perder el fin de semana en hacer el pesado cambio de armarios. Por suerte el frío se resiste a llegar, pero ya era preciso guardar algunas prendas que no volveré a colgar en la percha hasta el verano que viene. Estaba yo en este aburrido proceso cuando me topé con una caja en el almacén con toda la pinta de hacer mucho tiempo que no se abría. Me adentré con curiosidad entre los doloridos cartones y comprobé sorprendida que dentro no había ropa sino antiguos álbumes de fotos. Empecé entonces un delicioso recorrido por parte de mi niñez y pubertad rememorando aquellos momentos que se quedaron congelados con una polaroid de toda la vida. ¡Madre mía qué gafas!, ¡qué pelo!, ay,ay,ay!! Esa chaqueta tan horrible que me encantaba y que podría formar parte del museo de los horrores de la moda de los 80. Ahí estaba yo con mis hermanas, con mis amigas, con mi primer novio, con mi perro Lucky, con mis compañeros de clase en el viaje de fin de curso de Italia…

Fotografías que me trasladaron a momentos muy concretos de mi vida y que me hicieron perder la noción del tiempo. La reorganización de la ropa pasó a un segundo plano. Busqué mi móvil de última generación y empecé a fotografiar las fotografías y enviarlas a las personas que compartían conmigo papel con un texto muy similar en todas: «mirad qué me he encontrado», o «¿a que no sabéis quién es el de la derecha?», o «bueno, bueno, qué fuerte el pelo de fulana en esta»
Las respuestas inmediatas. Incansables ‘pib pib’ con mensajes del estilo «jajajajaja, pero ¿de dónde has sacado eso?», «manda más por favor», «que fuerte, estamos mejor ahora!!»

Me reía tanto yo sola que hasta lloraba. Y de repente una reflexión me estremeció. Se están perdiendo las imágenes de toda una generación. Estamos en la era de la inmediatez digital. La gente lleva los móviles llenos de fotos. Ahora estoy en lago Titicaca, me hago una foto, la envío y en la otra parte del mundo me ven en tiempo real en el lago Titicaca. Pero los móviles se pierden, se caen al mar, los ordenadores se estropean y las fotos ya no se sacan en papel. Seguramente que mi hijo no encontrará dentro de 25 años las fotos que hace ahora con su móvil en una caja de un almacén. Y eso me llevó a otra reflexión todavía más triste. Soy madre desde hace cuatro meses de una bebé preciosa y llevo el móvil lleno de fotos suyas, pero todavía no tengo ni una sola imagen de mi pequeña en un marco en el salón de casa. Hoy mismo voy a remediarlo.