Todo empezó con un tuit. Un programa de humor se hacía eco de la visita de Justin Bieber a España y de sus faltas de educación o interés ante los medios de comunicación, periodistas y fans patrios. Acto seguido analizaba frases de los concursantes de Gran Hermano y, en ese contexto, y con toda la inocencia del mundo escribí estos 140 caracteres en mi cuenta de Twitter: “Estoy tan sorprendida antropológicamente hablando con las fans de @justinbieber como con la fauna de @granhermano #quéospasa #dedocumental”.

Sinceramente me cuesta mucho empatizar con adultos que chillan ante este joven andrógino y tampoco comprendo las discusiones encarnizadas en redes sociales y otros medios a tenor de unos personajes que parecen salidos de una película de Alex de la Iglesia.

De pronto la persona que lleva la cuenta no oficial de Gran Hermano, porque resulta que hay varias, me “amonestó” por usar un término que le pareció irrespetuoso. Yo me remití a la RAE para apelar a la acepción que describe fauna como “grupo de gente que frecuenta un mismo lugar”, y agregué con ironía que tal vez si leyesen más el diccionario, o un librito cualquiera, podrían ayudarme a cambiar mi opinión. La Caja de Pandora se abrió y de pronto gente amparada en nombres como Ktbsps, Lou, Piruchiña, Ansa, PatiPat, En Carne Viva, Nafrat, Kyrely, o, mi favorito, El Obrero del Amor, comenzaron a acusarme de haber estudiado periodismo a distancia, lo cuál sería muy digno, por otro lado, y de no haber efectuado nunca una entrevista. Me increparon por creerme culta por despreciar Gran Hermano, de prepotente, soberbia, de querer “tenerla más grande” de prejuiciosa y de poco profesional por no contrastar mi información. Si llego a ser concejal de un pueblo me quitan el cargo por ofender a gente que en vez de usar esta red social para compartir contenidos enriquecedores, hace uso de la misma como si fuese un whatsapp. En esencia un sinsentido.

Si ser altivo es anhelar una sociedad ilustrada, informada o que simplemente prefiera ver Salvados en vez de Gran Hermano, confieso mi culpa. Soy impía por deplorar a quien no usa tildes, vapulea nuestra gramática y se expresa de forma vulgar en un medio de comunicación. Lo sé, tengo que vigilar mi ego, tal y como me conminaron por no comprender a los concursantes de este programa. Lamento ser tan vil y estar tan cargada de “repugnantes clichés”, como me acusaron. Siento en el alma haberme aprendido con demasiado rigor en la universidad que la televisión tiene tres funciones: educar, informar y entretener y que las unas, sin las otras, pierden sentido.

Puede que sea así, tal vez esté sesgada y mi comentario ofendiese a los millones de personas que se dejan seducir por un formato hecho a medida al más puro estilo “El Show de Truman”, donde los concursantes son personajes que no representan la realidad de nuestra sociedad y están sobreactuados, manejados y engañados. La industria de la televisión usa todo tipo de argucias para rentabilizar 16 ediciones de un concurso ordinario, que no aporta nada y en el que el morbo, las peleas y la falta de valores están a la orden del día.

Todo empezó con un tuit en una tarde de jueves en la que percibí que ser normal es algo extraordinario, que la educación está en peligro de extinción, que la gente está como las maracas de Machín y que son más las hordas enfurecidas que queman libros que las que los escriben y leen.

Estamos en un estado de derecho donde tenemos la libertad de opinar y a mí Gran Hermano me parece muy primario del mismo modo que Justin Bieber un moñas. Es mi opinión, tan válida como la del resto del mundo. No pretendo ofender a quien no la comparte, aunque agradezco el experimento a todos esos pseudónimos que sin conocerme, leerme, saber nada de mi trayectoria profesional, ni el aroma de mi ironía pusieron en tela de juicio mis luces y mis sombras. Feliz Hallowen fantasmas.