Hoy es bastante sencillo convertirse en cretino o cretina a la moda para poder sentirse identificado o identificada con la existencia ramplona de millones de semejantes o semejantas. No cuesta mucho.

Él o ella deben empezar por modernizar su apariencia externa mediante el expediente -antaño atávico, hoy muy «modelno»- de perforarse las aletas de la nariz, el labio inferior o superior o el pabellón auditivo y rellenarlos con cualquier adminículo metálico: no es nada costoso y tiene la ventaja de permitir una rápida identificación de quienes o quienas los ostentan. También conviene raparse la parte inferior del cuero cabelludo o cortarse un flequillo al hacha de sílex a lo Anna Gabriel y, de ser posible y si la bolsa alcanza, tatuarse en la zona rapada algún terrorífico dragón multicolor, unos ideogramas fulay o una sirena, preferentemente sicalíptica (nota bene para gentes de la LOGSE: sicalíptica viene a querer decir obscena o guarrilla).

En cuanto a la vestimenta, hay que hacerse notar y no es nada difícil hacerlo: pantalones caídos, mitones, vaqueros deshilachados, camisetas sin mangas, chaquetas sin camisa, bermudas, alpargatas de esparto, chanclas etc.; el repertorio es ilimitado.

Nuestro sandio o sandia a la moda ha de estar al día en los tópicos al uso, especialmente en los que arrasa lo políticamente correcto: así, les ha de gustar el café descafeinado, la coca-cola light, la cerveza sin alcohol, la leche sin lactosa, el tabaco sin nicotina y la margarina. Ha de declararse bisexual o bisexuala y extremadamente tolerante o toleranta. Ha de decir Girona, Lleida, A Coruña y también Maiami. Tiene que abominar del coche y ser ferviente partidario de la bicicleta que Franco preconizaba como medio de transporte urbano saludable del proletariado, con invasión de aceras incluidas; debe estar en contra del cambio climático, de los toros que no ha visto jamás, de la capa de ozono y del fracking, (aunque no sepa en qué consiste), del euro y de la Unión Europea, de los Estados Unidos, del turismo, de la banca en general, de los exámenes enemigos de la igualdad, del agua de Colonia, del marisco, del sursum corda y de la ley de la gravedad que, según el hoy cariacontecido Coletas, debemos a Einstein, tal vez porque el científico alemán no leyó esa inédita «Ética de la Razón Pura» de Kant que el profesor semianalfabeto declaró solemnemente haber estudiado. Por el contrario, ha de estar en favor del multiculturalismo, de «lo lúdico», de los manteros y manteras, de los raperos y raperas, de los cultivos ecológicos, de los inmigrantes e inmigrantas, del welcome refugees, del matrimonio homosexual, del botellón y también, ¿por qué no?, del Ramadán.

«Memoria de pez y c* de cabra»: he aquí la heráldica de la España contemporánea que nos recordó el maestro Ruiz Quintano, quien una vez, en los toros, oyó decir a un andaluz que el diestro de la franela descomunal tenía «menos vergüenza que el c* de una cabra».

El cretino o cretina a la moda no podría ejemplificar mejor que, mientras se cree «modelno» o «modelna» y «consmopolito» o «consmopolita», su menguada mentalidad es irremediablemente espesa y municipal. Lo malo es que tiene derecho al voto y ahí están la Carmena, la Colau y el Quichi, pero también la gorra blanca de Pedro Sánchez y el bebé -ya felizmente ausente- de la multimillonaria Dancausa, hoy revolucionaria.

Yo me permito recomendar vivamente un programa de la Cuatro o la Cuatra, titulado «First Dates», que muestra citas a ciegas de una fauna variopinta aunque uniformemente patética. Lo crean o no, confirma con pelos y señales todo lo anterior.