Hace unos tres años me encontré por la calle a un amigo del colegio. Yo trabajaba en IB3 y él dirigía una empresa de personas con discapacidades. Mi amigo sufre sordera desde niño, pero consiguió una carrera universitaria y da empleo a decenas de personas. En nuestro encuentro me dijo que no veía nunca IB3 porque, sencillamente, no oía a los presentadores de los informativos. Me preguntó el motivo por el cual no se aplicaba un servicio de subtítulos para personas sordas y me recordó que la ley obliga a los medios de comunicación a dar un mínimo de horas al día para sordos. IB3 no daba ni un solo minuto. Gracias a su empuje nos convenció a toda la dirección para implantar en IB3 el servicio de subtítulos en los informativos diarios y en el magazine que se emitía todas las tardes. Podríamos haber hecho más, pero por desgracia no teníamos más presupuesto. De hecho, el servicio de subtítulos lo financiamos con convenios con ayuntamientos, que se mostraron sensibles ante la situación y nos ayudaron a ponerlo en marcha. Es una de las cosas de las que más orgulloso me siento de mi etapa en la tele autonómica. Ahora muchos sordos como mi amigo, que casualmente también se llama Diego, al menos pueden seguir los informativos de la televisión autonómica. Por eso me llama la atención que los políticos de izquierdas, que tanto presumen de políticas sociales, de apoyar a los más desfavorecidos, justifiquen ahora que los niños con problemas auditivos se queden sin auxiliares de lenguaje de signos. Una vez más se demuestra que una cosa es hacer y otra predicar. Que una cosa es presumir y otra cumplir con el servicio público. Más valdría presumir menos y hacer más de forma discreta. Y, sobre todo, dejarse de política barata como la que estamos viendo estos días en las redes sociales para defender lo indefendible.