La Sagrada Familia sube a Jerusalén con el fin de dar cumplimiento a dos prescripciones de la Ley de Moisés: purificación de la madre y presentación y rescate del primogénito. Según el Levítico, la mujer al dar a luz quedaba impura. La madre del hijo varón a los cuarenta días del nacimiento terminaba el tiempo de impureza legal con el rito de la purificación.

María, siempre Virgen, llena de celestial belleza, de hecho no estaba comprendida en estos preceptos de la Ley porque ni había concebido por obra de varón, ni Cristo al nacer rompió la integridad virginal de su madre. Sin embargo, Santa María quiso someterse a la Ley, aunque no estaba obligada. Ejemplo maravilloso de la Virgen para todos nosotros que nos cuesta a veces aceptar la voluntad de Dios porque nos falta fe y nos falta amor. Jesús se somete a todas las leyes para darnos ejemplo. Se somete a la ley biológica ( nueve meses), a la Ley civil ( paga tributo por Él y por San Pedro) y a la ley religiosa ( presentación en el templo). La Ley mandaba que los israelitas ofrecieran para los sacrificios una res menor, por ejemplo, un cordero, o si eran pobres un par de tórtolas o dos pichones. El Señor que siendo rico se hizo pobre por nosotros, quiso que se ofreciera por El la ofrenda de los pobres. Simeón, calificado de hombre justo y temeroso de Dios, atento a la voluntad divina, esperaba la venida del Señor. Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. Así, vino al Templo movido por el Espíritu Santo. Al entrar con el niño Jesús sus padres, lo tomó entre sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo, porque mis ojos han visto a tu Salvador”. El anhelo del anciano Simeón se había cumplido. Contemplamos como Santa María coloca en los brazos de Simeón, a su hijo; es una escena maravillosa, y llena de ternura. Nosotros, los cristianos, todavía tenemos una dicha mayor. Por la fe, cada vez que comulgamos, tenemos en nuestros brazos, y en nuestro corazón a Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

Hoy, dentro de la Octava de Navidad, celebramos la hermosa fiesta de la Sagrada Familia. Es de tal importancia esta fiesta, que el Hijo de Dios quiso nacer y crecer en el seno de una familia , con Maria y Jose . La familia, basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es núcleo fundamental de la sociedad y de la Iglesia. Toda familia cristiana debe convivir en el amor y el respeto mutuo entre los esposos y de ambos hacia los hijos, que deben honrar a sus padres. La familia de Nazaret, la familia de Dios por excelencia, nos enseña a observar, a escuchar y a practicar las grandes virtudes domésticas. Entre otras la del silencio, a veces tan necesario por el ruido que nos aturde en nuestra agitada vida moderna. Se nos ofrece además una lección de vida familiar, su comunión de amor, su sencilla belleza, su carácter sagrado e inviolable. Que la familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José, bendiga todos los hogares cristianos, todas nuestras familias para que en ellas reine siempre la paz, la concordia y el amor.