En este domingo celebramos la fiesta de la Virgen del Rosario, una fiesta que fue instituida por el Papa san Pío V el 7 de Octubre, aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la Batalla naval de Lepanto (1571), atribuida a la Madre de Dios, invocada por la oración del rosario. La celebración de este día es una invitación para todos a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo especialísimo a la encarnación, la pasión y la gloria de la resurrección del Hijo de Dios. Que esta fiesta, pues, nos ayude a acoger y practicar este rezo que nos hace bien y es bueno.

En el año 1208 la Virgen María se le apareció a Santo Domingo y le enseñó a rezar el Rosario para que lo propagara. El santo así lo hizo y su difusión fue tal que las tropas cristianas, antes de la Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571), rezaron el Santo Rosario y salieron victoriosos. El Papa San Pío V en agradecimiento a la Virgen, instituyó la fiesta de la Virgen de las Victorias para el primer domingo de octubre y añadió el título de ‘Auxilio de los Cristianos’ a las letanías de la Madre de Dios.

Rosario significa ‘corona de rosas’ y, tal como lo definió el propio San Pío V, «es un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos, que consiste en ir repitiendo el saludo que el ángel le dio a María; interponiendo un Padrenuestro entre cada diez Avemarías y tratando de ir meditando mientras tanto en la Vida de Nuestro Señor». San Juan Pablo II, quien añadió los misterios luminosos al rezo del Santo Rosario, escribió en su Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae que este rezo mariano «en su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad».

Con esta ocasión, pues, deseo animaros a que sea un rezo ordinario en nuestra vida de cristianos practicantes. Yo tuve la suerte de aprender a rezarlo cuando era un niño, pues mi abuela Rosalía, madre de mi madre, tratando de hacernos bien a sus nietos, nos lo enseño a rezar a mí y a mis hermanos, haciéndonos ver la bondad de ello.

Al rezar el Rosario contemplamos Jesús con la mirada de la Virgen María. Es una oración en la que diciendo la oración mariana se contemplan con la mente y el corazón los grandes momentos de la vida de Jesús con los santos misterios.

El rezo de rosario para cada uno de nosotros se puede convertir en una plegaria maravillosa. San Juan Pablo II, pocos días después de su elección al pontificado dijo que el rosario era su oración preferida y nos explicaba cómo había que rezarlo: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. En esta plegaría repetimos muchas veces las palabras que la Virgen María oyó del Arcángel y de su prima Isabel.

Palabras a las que se asocia la Iglesia entera (…) Con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos y nos ponen en y nos ponen en comunión vital con Jesucristo a través -se puede decir- del Corazón de su Madre.

Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevan más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana» (Ángelus, 29 de octubre de 1978).

Que aprendiendo, pues, cosas buenas del rezo del rosario, que sea una práctica habitual de nuestra vida preparándonos para ir hacia el cielo.