Con don José Borrell he tenido la suerte de charlar varias veces, en la puerta trasera del Congreso, por la que paso cada día, o en el bar del pabellón de Andalucía de Fitur. Es un hombre sin duda muy preparado, por eso no entendí muy bien que se metiera de ministro en el Gobierno de Tesinando Sánchez. Es verdad que la cartera de Exteriores, que sobre todo consiste en la Unión Europea, le alejaba del populismo podemito-sanchista-ezquerrano. Le alejaba hasta que el otro día un diputado le echó un buen gargajo mientras los suyos le decían que no habían visto la trayectoria del lapo y se lavaban las manos como Pilatos. Justamente ahora le cae la multa por manejar antes de tiempo una acciones, es decir por el uso de información privilegiada. Lo de Borrell es corruptela menor pero al fin y al cabo chanchullo biográfico y pienso que lo lógico es que se vaya. Pero claro, si se larga dinamita el gobierno de Sánchez que tienen prácticamente a ministros y sobre todo (aquí voy a abusar del genérico) a todas sus ministras enfangadas hasta el moño: una por villarejear, otras por crear empresas interpuestas y luego la portavoz, cuyo patrimonio parece que no tiene fin y nos amanecemos a diario con nuevas propiedades que no se dijeron en su momento. A lo anterior se une el jefe cuya tesis doctoral es una escándalo de tres pares. La política española se está convirtiendo en un sumidero que ni las alcantarillas rebosantes de Ibiza. A la baja preparación evidente de la clase y anticlase política (la mayoría no saben ni hablar y mucho menos escribir) se une que los cuatro que hay preparados, como mi amigo Borrell, pues por querer volver a la poltrona acaban compuestos, «lapeados» y sin novia.