En 1891, una de las grandes revistas del siglo XIX, «La Ilustración hispano-américa» publicó una fotografía magnífica del perfil marítimo típico de Ibiza, hecha por León Braví, el fotógrafo de la burguesía y de la nobleza balear que tenía su estudio en la Rambla de Palma, junto a la instantánea se lee un largo artículo sin firma en el que se describe nuestra Isla. Empieza situando Ibiza geográficamente, plagiando lo tópicos habituales (parece la tesis de Sánchez), sigue por el clima con sus ardores africanos en verano pero también con su agradable brisa. Añade que no hay alimañas (como escribieron los clásicos grecolatinos) y ya comienza el artículo a tratar la infraestructura de la Isla: «sus caminos son intransitables para los vehículos», excepto el de las Salinas para los cargadores de sal. En cuanto a la agricultura, el panfletista la califica de fértil y, además, con «dulcísimos y sazonados higos»; de la caza, señala, que es abundante y gustosa (eso ya no lo podría decir hoy, se le echaría encima el Echemingas de turno). La pesca no la encuentra tan gustosa como en otros sitios del Mediterráneo (ya tenemos un gourmet estulto en potencia, tipo hoy tan en boga). A los ibicencos los ve de mediana estatura, enjutos y cetrinos. A los ibicencos los define como excelentes marineros, aunque los tilda de apáticos y con cierto desvío a la hora de trabajar. Vamos, que los considera algo vaguetes, aunque en realidad el vago era el articulista que posiblemente nunca estuvo en Ibiza, copió el artículo de papeles de aquí y acullá y encima encuentra las calles de Vila con demasiadas cuestas que no debió subir nunca. Así se escribe la memoria histórica y la posverdad. La diferencia entre antes y ahora es que antes las posverdades tenían argumentario y carga cultural, hoy no. Por lo menos en la política son puro encefalograma plano.