La fiesta religiosa más importante del Pueblo del Antiguo Testamento era la Pascua. Era la prefiguración de la Pascua cristiana. Según la Ley de Moisés todo israelita debía presentarse ante el Señor. Las peregrinaciones al Templo de Jerusalén para estas fiestas explica la gran afluencia de gente que acude al Templo. Al propio tiempo el Señor ve la gran muchedumbre de vendedores de bueyes, ovejas y palomas. Jesús sube a Jerusalén manifestando con ello la observancia de la Ley. Al ver como habían convertido el Templo en un mercado, haciendo un látigo de cuerdas, arrojó a todos del Templo, y les dijo: habéis convertido la casa de mi Padre en un mercado. Entonces los judíos replicaron, ¿qué señal nos das para hacer esto? – Jesús habla del Templo de su cuerpo-, Destruid este Templo y en tres días lo levantaré.

La declaración de que Jesús es el Templo queda velada, queda encubierta para todos. Judíos y discípulos pensaron que el Señor hablaba de volver a edificar el Templo que Herodes el Grande había empezado a construir hacía el año 20 antes de Jesucristo. Los discípulos, después de que Jesús resucitó de entre los muertos al tercer día, entendieron el verdadero sentido de la expresión. Jesús identifica el templo de Jerusalén con su propio Cuerpo, y de este modo se refiere a una de las verdades más profundas sobre si mismo: la Encarnación. “El Verbo se hizo carne”. Después de la Ascensión del Señor a los Cielos esa presencia real y especialísima de Dios entre los hombres se continúa en el sacramento de la Sagrada Eucaristía. Si Jesús se comportó así, respecto al Templo de la Antigua Ley,¡Que no habremos de hacer nosotros respecto al Templo cristiano, en donde está El real y verdaderamente presente en la Sda. Eucaristía.