Inteligencia artificial. | Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Un amigo que invierte millones en inteligencia artificial me pasa un poema redactado por una máquina. Cuando le digo que es una birria, me responde que soy un elitista trasnochado, y que en un par de años sus ordenadores superarán a Cervantes, a Mozart, a Leonardo...

No lo creo. A no ser que la inteligencia humana se despeñe tanto como aumenta la artificial. Entonces no habrá criterio y solo existirá el arte de propaganda para una masa de esclavos sin imaginación. La dictadura artificial supondría el mayor totalitarismo, pero me gusta pensar que el espíritu humano es más fuerte y llevará las riendas de semejante montura.

En Barcelona ya cerró un burdel de muñecas hinchables. Por lo visto tales espantos tienen mucho éxito en Japón (¡qué cosa tan rara, con su milenaria tradición de geishas cantoras de que el deseo no puede esperar, exige satisfacción! Es como pasar de Basho al manga). Pero los proxenetas del plástico se arruinaron frente al poder sensual de las putas de carne y hueso. Cuestión de gustos y sensibilidades, cuestión de corazón.

Ni en la cama ni en las artes la cosa artificial podrá ser superior a mujeres y hombres. Otro cantar es la ciencia, donde ya estamos viendo adelantos espectaculares. Como pasó con la energía atómica, ahora se abre una nueva caja de Pandora, todavía más inquietante. Y esa es la cuestión: Hawking ya alertaba en 2001 del peligro que las máquinas creen inteligencia propia y dominen el mundo. Por eso proponía manipular los genes humanos, para superar a los robots. A tremendo dilema, soluciones disparatadas. A veces semeja que el mundo lleva un par de tragos de retraso.