La donna è mobile qual piuma al vento, canta el duque de Mantua en Rigoletto, ópera del coloso Verdi. Pero nada tan voluble como la palabra del presidente Sánchez, una auténtica veleta que, cuando Carlos Alsina le pregunta por qué miente tanto, simplemente responde que solo cambia de opinión.

El fatuo Narciso se pone estupendamente maquiavélico en su completa ausencia de pensamiento y deja claro lo que ya sabíamos: que no es de fiar. Al menos Talleyrand, que tenía talla intelectual y sabía otear los vientos como nadie, dijo aquello de que la traición es una simple cuestión de fechas.       

Ya soltó la liebre –¿indicio de lobotomía monclovita?-- en su día la vicepresidenta Calvo ante los estupefactos periodistas: «El candidato Sánchez y el presidente Sánchez no son la misma persona». Quería así justificar, de increíble forma metafísica-socialista, los groseros cambios de rumbo del líder a la hora de incumplir las promesas electorales. Pero habría que añadir que el presidente Sánchez es una persona diferente cada mañana, pues se cae del caballo todos los días para descubrir una nueva visión ad hoc a su oportunismo.

Evolucionar es fundamental para sobrevivir, reinventarse, razonar e intuir, rectificar los errores, tropezar y recuperar el paso para seguir bailando la danza vital en la que nada es estático y todo fluye. El hombre es libre para aprender, cambiar de opinión y no traicionar su corazón.

La cuestión es si Peter tiene corazón que traicionar. Su carrera lo muestra como un ego andante que miente como el buey muge; su resiliencia es parasitaria, su transparencia es una ficción. Y la experiencia de su gobierno ha sido desastrosa.