Encuentro mucho más civilizado el aeropuerto de Mombasa que el siempre en obras de Ibiza. En Africa no hacen tanto caso de flamantes arquitectos, ingenieros, chefs o decoradores que presumen de máster para hacerlo todo más complicado y frágil, pero hay techos altos y áreas abiertas para que corra la brisa del Indico, y uno puede encenderse un tabaco o comer un curry sabroso antes que la porquería de franquicia procesada que domina Aena.

En la modelna Ibiza las ventanas no pueden abrirse y estás obligado a respirar aire enlatado a muy baja intensidad en olor a humanidad (si es tan nuevo y cada año crece en volumen de viajeros ¿por qué en la zona de embarque los techos son de Liliput?), con las quejas continuas de sudorosos usuarios y lamento de currantes al borde de una lipotimia.

Y qué decir de la esquizofrenia de su ordenación de parking, donde te cobran con usura para luego desembocar en tremendo atasco de donde sales a la buena de Dios. Eso sí que es tercermundista. Los continuos embotellamientos en estos inicios de verano muestran una preocupante falta de planificación y ninguna solución. Las obras eternas cambian las cosas continuamente para hacerlas menos útiles y más caras. ¿Hay algún responsable?

Las veces que toca ir paro en La Ponderosa, donde te reciben con sonrisa carioca, pues no quiero    perder una hora en circular quinientos metros. Aunque a veces te ves obligado a llegar a la ratonera minimalista del parking express, especialmente si acompañas a alguien con dificultades de movilidad que no puede atravesar un área que semeja zona de guerra. Es un disparate.