El Verbo se hizo carne (Lc.1-26-33). La Encarnación del Verbo es el hecho más maravilloso, el misterio más entrañable de las relaciones de Dios con los hombres y el acontecimiento más transcendental de la Historia de la humanidad. ¡Que Dios se haga Hombre! ¡Hasta dónde ha llegado la bondad, misericordia y amor de Dios por nosotros, por todos nosotros! Y, sin embargo, el día en que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad asumió la débil naturaleza humana de las entrañas purísimas de Santa María, nada extraordinario sucedía, aparentemente, sobre la luz de la tierra. Jesús ha nacido para nosotros. ¡Venid a adorarlo! Canta la Iglesia, la noche de Navidad. El Niño en Belén de Judea es el gran misterio de Fe, de Humildad y de Amor. A Cristo lo encontramos en la Eucaristía. En la Santa Misa Jesucristo se hace presente en el momento de la consagración y permanece siempre, de noche y de día en el Sagrario. Jesús está real y verdaderamente presente en la Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Adoremos a Jesús, Pan vivo y Alimento de nuestras almas. En cada Eucaristía se renueva la última Cena. Es la renovación sacramental del Sacrificio de la Cruz. Seamos agradecidos a Jesucristo. Manifestemos nuestro amor al Señor visitándole y recibiéndole en la Comunión. Ese Niño nacido en Belén es el Hijo de Dios el Mesías, el Señor, Salvador del mundo. Con mucha fe, alegría y amor acerquémonos al pesebre para adorarlo. Siempre me ha conmovido la escena del Evangelio en la Presentación del Niño Jesús en el templo. Cuando sus padres lo presentaron, el anciano Simeón, lo recibió en sus brazos. Nosotros también lo recibimos cada vez que tenemos la fortuna de recibirlo en la Comunión. La presentación del Señor hace patente el gesto de la Virgen que deposita a su Hijo en los brazos de Simeón, quien lo recibe con gran delicadeza y ternura. Al propio tiempo contemplamos la inmensa alegría de Simeón que alcanzó lo que Dios le había comunicado.» Ahora ya puedo morir en paz porque mis ojos han visto y abrazado al Salvador, Luz de las naciones, gloria de tu pueblo Israel».
Cómo Simeón, por la fe, nosotros podemos alcanzar la fortuna del profeta. Felicitemos a Santa María por el hecho de ser la madre del Salvador del mundo.