Dios en quien creemos no es de exclusiones, de juicios ni condenas. Y porque nos conoce como la madre que nos alumbró, nos ha predestinado a ser sus hijos. ¡Somos hijos de Dios! ¿Puede haber mayor dignidad?
En la oración dominical podemos saborear con verdadero amor y alegría esta verdad. Nos llamamos hijos de Dios y lo somos. Todos somos hijos de Dios muy queridos. Consecuentemente, todos somos hermanos de Cristo. El amor de Cristo está simbolizado en su corazón de Padre.
El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios. Solo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar. El Papa Francisco nos dice: el amor de Jesús por nosotros no tiene límites. No se cansa de amar. Nos ama hasta el punto de dar la vida por todos nosotros.
Toda persona puede decir: la vida por mí, por cada uno, con su nombre y apellidos. Su amor es personal. El amor de Jesús nunca defrauda porque Él no se cansa de amar, como no se cansa de perdonar, no se cansa de abrazarnos. El amor no consiste en que hayamos amado a Dios, sino en que Dios nos ama a nosotros. Permanezcamos en el amor de Dios, vivamos y practiquemos lo que nos pide el Señor «Amaos .unos a otros como yo os he amado» . En esto conocerán todos que sois mis discípulos.