En el programa de la TEF, Bona Nit Entrevistes con Toni Ruiz, la historiadora e investigadora Fanny Tur repasa cómo fueron sus «flirteos»    con el mundo de la política y reitera su gran pasión por la cultura y la historia propia de las islas.

—Ha flirteado con la política, pero desde hace más de 30 años dirige el Arxiu Històric de Ibiza y Formentera. Después de dedicarle tanto tiempo, ¿no cree que sigue siendo un gran desconocido?

—Sí, evidentemente. Todavía hoy en día, y a pesar de todo lo que explicamos, hay gente que pregunta si cualquiera puede ir al Arxiu. Tienen el concepto de que hay muchos archivos especiales y que para ir se necesita un carnet de investigador, un permiso especial o solicitar cita. Cualquiera puede ir. Hacemos muchas visitas con institutos o escuelas de primaria, pero sigue siendo un gran desconocido. Seguramente, es más fácil valorar las murallas de Ibiza, porque son un bien reconocido por la UNESCO, que un documento. A veces no se les da importancia cuando conocemos el relato de las murallas gracias a esos documentos. Siempre que vienen visitas les muestro un escrito que es muy bonito, un libro de la Antigua Universidad de 1512 que tiene el escudo con tres torres -no como el de ahora que tiene siete- y les digo que este documento es más antiguo que las murallas. La gente se queda sorprendida, pero se lo digo también para que vean que nuestra historia, e incluso en nuestra ciudad, podemos saber secretos no sólo estudiando las piedras de las murallas o los edificios, sino estudiando los documentos del Arxiu.

—Unos territorios como Ibiza y Formentera tan aislados del resto del mundo, al mismo tiempo han sido objeto de deseo a lo largo de la historia y han sido tierra de paso. Por tanto, tendrán mucha más historia de lo que uno pueda pensar.

—Mucha más. Formentera estuvo despoblada durante siglos. Así y todo, su historia y los inicios de su repoblamiento son apasionantes. En el caso de Ibiza, el hecho de tener un puerto en una situación estratégica, el hecho de ser zona de paso, ha propiciado que este puerto tuviera una gran vida. Si vemos películas en las que se ven actividades portuarias durante los siglos XVII o XVIII, con este tráfico de barcos con banderas internacionales a diario, esta es la imagen que tenía el puerto de Ibiza. En el siglo XIX, el de Ibiza tenía una categoría de puerto de cuarta; el de Palma era de segunda y el de Menorca de primera, y el de aquí era el séptimo de todo el Estado en cuanto a tráfico. Cada día podían entrar decenas de barcos de diferentes matrículas. A través del Arxiu Històric de Ibiza y Formentera se puede estudiar la historia de muchos puntos del mundo porque hay documentos que hacen referencia a la otra punta del mundo. No todos los archivos de una población tan pequeña como Ibiza son tan ricos como el nuestro, que no es más que un reflejo de nuestra realidad y nuestra historia.

—¿Qué puede hacer el Arxiu para tener más presencia?

—Una trabaja con los recursos que tiene porque si tuviéramos un equipo mayor o un presupuesto 10 veces mayor, aunque no me quejo, puedes hacer más. Ahora tenemos el 30% de la documentación digitalizada y volcada en la red, con lo que la gente la puede consultar desde casa, y seguramente en unos años la tendremos toda. Con más recursos, posiblemente lo podríamos tener antes y hacer muchas más actividades, sobre todo para hacer mucha pedagogía. Hay una cosa que vi clara de inmediato cuando entré en el Ayuntamiento: si no se habla del Arxiu y no hacemos actividades de difusión, aquí nunca tendremos presupuesto ni personal. Cuando más difusión tiene el trabajo que se realiza en el Arxiu, más conciencia habrá de lo que se puede llegar a hacer.

—Cuando llegó usted hace más de 30 años, cuando creó el Arxiu, no había ni Internet ni teléfonos móviles y no tiene nada que ver el trabajo de archivera con el actual.

—Nada. Lo único que tienen en común es que los documentos hay que seguir limpiándolos, revisarlos, esta labor presencial. Antes, por ejemplo, si alguien quería algo, debía venir presencialmente y consultaba lo que en aquel momento estaba clasificado. Ahora pueden consultar las actas, censos o padrones desde su casa e incluso la prensa escrita está digitalizada y se pueden hacer búsquedas por palabras. Un investigador lo tiene más fácil que hace 30 años porque antes tenías que venir y leer página por página sobre el tema que quisieras y ahora la gente no sabe que    desde casa puede escribir una palabra o el nombre de una persona y puede encontrar cada vez que los diarios hablaban de ellos. Es un avance impresionante, aunque debo decir que, cuando llegué, estábamos en una situación penosa, pero previamente mucha gente había trabajado allí, aunque el Arxiu no tenía estabilidad. Quiero recordar a mucha gente que ha pasado por allí, aunque sean unos meses: Ernest Prats, Joan Marí Cardona y sin remontarnos a Isidor Macabich, que fue el primer archivero. Antes, incluso, un historiador como Enrique Fajarnés Tur llevó a cabo la primera clasificación moderna del Arxiu.

—Esta riqueza histórica de Ibiza y Formentera habrá contribuido a que tengamos una nómina formidable de profesionales. Es una fortuna para un pueblo tener este patrimonio.

—Sí. Para tener la cantidad de artistas, escritores, historiadores o poetas con los que contamos, creo que nos podemos sentir muy orgullosos. Además, hay usuarios que son habituales. Por ejemplo, de los primeros que vinieron al Arxiu, recuerdo a don Joan Planells ‘Murtera’; Marià Torres, que venía y me preguntaba cosas, no porque él no las supiera, sino para comprobar si yo las sabía, o Joan Prats, que había sido alcalde y que venía a leer la prensa antigua. Además, tenemos muchos historiadores de fuera de las islas que vienen y lo sabemos porque, cuando a veces se ha caído la página donde se puede consultar la documentación digitalizada, la cantidad de gente que nos manda correos o nos llama preguntando, creo que somos el único archivo histórico que tiene la prensa antigua digitalizada y volcada. Hay gente de Mallorca, Menorca o de Barcelona que consulta nuestra web.

—Usted no quería ser archivera, quería ser profesora

—Sí. Es más, había un profesor de la Facultad de Córdoba que se llamaba Emilio Cabrera Muñoz que me enseñó Medieval y que me dijo que tenía dos clases de alumnos, los que veía claramente que van para archiveros o para profesores. Me dijo que claramente yo iba para lo segundo y, la verdad, me gustaba dar clase y tenía ilusión por ello, pero llegué de Córdoba recién licenciada y un compañero del Ayuntamiento, ya jubilado, me dijo que se había convocado una plaza de archivero y pensé en presentarme mientras me preparaba una oposición. Cuando aprobé, pensé que sería temporal, pero ya me enganchó.

—¿Cómo es que estudió en Córdoba?

—Por muchos motivos, principalmente por dos: Palma lo veía muy cerca; Barcelona lo veía muy grande y en Córdoba yo tenía familia, una prima que estudiaba Magisterio y me dijo que por qué no iba allí. Además, estudiar fuera hace 35 años era un esfuerzo. Ahora, también, pero hay más salidas en Ibiza, pero antes era un gasto muy importante para las familias. Una cosa que también incidió fue que la vida en Córdoba era mucho más barata que en Barcelona o Palma y me fui allí por estos dos motivos.

—Además, la historia de Córdoba es excepcional, formidable.

—Hombre, de hecho acabo de volver porque todavía los compañeros de la Facultad nos reunimos una vez al año para celebrar una comida y no cambio por nada Córdoba a la hora de estudiar. Me considero una privilegiada por haber estudiado en una ciudad como Córdoba. Además, la universidad estaba a diez pasos de la Mezquita, en el corazón de aquella ciudad tan fantástica. Me lo pasé muy bien y tengo un recuerdo imborrable.

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—Esta relación con la historia ha dado como resultado uno de sus últimos trabajos, ‘Epidèmies. Eivissa i Formentera 1799-1930’.

—No hablo sólo de epidemias, aunque evidentemente el centro del relato son las que sufrió Ibiza y de las que se salvó. Ibiza y Formentera se salvaron de muchas epidemias, prueba de que las autoridades hicieron bien las cosas ya que no es sólo casualidad. Cuando hablo de una epidemia, hablo de cómo era la Ibiza de aquel momento, gracias en parte al Arxiu, pero también he visitado los documentos del archivo de la Pabordía, los parroquiales o los municipales de otros pueblos. Llevaba diez años investigando sobre temas de epidemias y ya había publicado en la Abadía de Montserrat una cosa sobre la epidemia de peste bubónica de 1652 y también en prensa tres artículos sobre la varicela, pero el libro se editó coincidiendo con la pandemia. La Covid cogió con el pie cambiado a la sociedad en general porque pensábamos que en el primer mundo estas cosas ya no sucedían, pero nuestros antepasados eran conscientes de la fragilidad y de que las amenazas eran diarias. Las cuarentenas y los pasaportes sanitarios eran constantes todo el año. El modelo de decisiones urbanísticas tenían que ver con la sanidad, como el intento de tumbar murallas -que por suerte las de Ibiza no se derribaron- y el objetivo era un criterio sanitario porque se suponía que eran focos de infección y no dejaban airear las calles. Las normativas para evitar que los animales fueran por la calle, que pasó hasta mitad del siglo XX, surgieron cuando comenzó a aparecer el cólera para evitar que esta enfermedad entrara en las islas. La limpieza, el concepto de salud pública o el control del acceso al puerto, que también era por un concepto de ‘pública salud’, tal como se llamaba en el siglo XVIII. El miedo a las epidemias marcó nuestra historia y la de toda la humanidad.

—Usted también ha flirteado con la política, desde la más cercana en el Consell de Ibiza y Formentera, hasta la política balear durante la primera legislatura de Francina Armengol. Usted ha dicho que todo el mundo debería entrar en política en algún momento.

—Siempre he sido una persona muy concienciada políticamente. Recuerdo amigas mías que me decían que a los 15 años ya hablaba de política, con lo que debía ser de lo más repelente, pero siempre me ha interesado. Me he considerado una persona de izquierdas. En 1996 me ofrecieron entrar y dije que no y después en 1999 fue un momento muy concreto tras una gran manifestación que se organizó por el tema de ‘Salvem Cala d ´Hort’. Pilar Costa me ofreció ir en listas y dije que sí. Cuando me lo han ofrecido, ha sido con cosas vinculadas a la cultura. Me ofrecen consellera de Bienestar Social o de Sanidad y digo que no, porque no tengo idea. No significa que tenga idea de Cultura, pero es mi ámbito profesional. Me propuso ir en listas para ser la consellera de Cultura y dije que sí. Trece años después de dimitir y aceptar entrar en el Govern, fue también porque la Conselleria era de Cultura. También llevaba otras áreas, pero podía desarrollar desde otro lugar algo que yo ya hacía en mi trabajo y que reivindicaba como funcionaria. Si me hubieran ofrecido ser ministra de Marina, hubiera dicho que no.

—Hay pocos casos de políticos no políticos. Usted actuaba en los dos casos defendiendo el interés público y no siguiendo las directrices de un partido. Esto le habrá causado problemas.

—Está claro y la prueba está en que no he repetido o no he alargado demasiado mi etapa política. Mi militancia es una cosa y mi independencia es otra. No milito en ningún partido, pero siempre dije que cuando me compraron, ya me conocían. Como siempre he tenido la sensación de provisionalidad, he tenido muy claro que al día siguiente volvería a mi trabajo en el Ayuntamiento, por lo que aquello era un trabajo transitorio. El político que se cree diferente y que está un escalón por encima del resto, es muy tonto. He procurado actuar siempre de la misma manera y me ha traído problemas, pero también en otros sentidos. Hay gente que dice que soy igual que cuando estaba en política y otra gente puede pensar que no me sé comportar porque lo hago igual que cuando estaba en política. Me ha traído problemas, pero la gente que me fichó ya me conocía.

—¿Cómo ve la situación actual en el ámbito cultural y en relación a la lengua propia de las Baleares?

—La primera la veo muy bien porque hay una gran creación y una creatividad en las islas. Todo el mundo habla de cultura, pero también hay que apostar siempre por ella y demostrarlo dando dinero en los presupuestos, tanto la izquierda como la derecha. Se deben además dotar los espacios públicos de personal y presupuesto ya que se garantiza el acceso a la ciudadanía. Lo que sí me preocupa mucho es el tema de la lengua. Por una parte, ya es preocupante no defenderla con vehemencia. Defenderla no es imponerla porque nadie cuestiona que el castellano es una lengua impuesta. Cuando pretendemos usar nuestra lengua propia en los mismos ámbitos, nos dicen que es imponer y no es así, es ejercer un derecho y sobre todo porque también es un patrimonio. Toda esta documentación que hay en el Arxiu, este legado que nos entregaron nuestros antepasados, lo hicieron a través de una lengua que está en peligro. No defenderla ya es malo, pero atacarla y segregar a los alumnos en las escuelas, si se pone en práctica... Yo creo que las escuelas no querrán hacerlo porque ya se están pronunciando. No defender la lengua como un patrimonio y hacer política con ella, cuando nunca había pasado, es muy irresponsable. Sobre la lengua catalana, la gente que la ataca lo que quiere es su desaparición, y llegará un momento en que perderemos este legado si no lo defendemos.

—Es una realidad lamentable, pero en las escuelas de Baleares se habla en castellano. No en las clases, sino en el patio o en la entrada y salida de las aulas. Los niños catalanoparlantes hablan entre ellos en castellano. ¿Qué se está haciendo mal?. Que conste que no es un ataque al castellano.

—Hay una cosa cierta, las políticas lingüísticas favorables para proteger el catalán no dejan de ser poner un dedo frente al sol. Es imposible o es muy difícil luchar porque cuando la mayor parte de la población habla catalán y la gente no catalanoparlante es minoría, siempre hay un esfuerzo para intentar integrarse y es más fácil. Cuando la gente tiene como lengua materna el castellano, es muy difícil mantener la lengua. En Ibiza, además, tenemos a menudo la costumbre de cambiar inmediatamente de lengua o llegar a un sitio y cambiar al castellano para evitar problemas. Llega un momento en que claudicas y, por eso, es tan irresponsable y falso decir que el catalán se impone, que el castellano está en peligro y que el catalán no lo está. Sí lo está, simplemente por una cuestión numérica de personas que viven en las islas y que tienen una lengua materna diferente al catalán. Así, se necesitan muchas campañas de concienciación y de autoestima lingüística y ser conscientes de que es un patrimonio. Ahora están muy en valor y tienen mucho éxito los festivales del vino, del calamar, pero todo esto se nos ha transmitido a través de una lengua y hay que defender esto como el ball pagès, que se ha contado y defendido a través de una lengua.

—¿Cómo puede combinarse la defensa de la cultura propia y la llegada de nuevas aportaciones culturales de otros pueblos?

—Es muy complicado. Se habla como algo a favor de la diversidad cultural que enriquece, igual que lo han hecho diferentes culturas que han pasado por las islas. Hoy en día un ibicenco es una mezcla de muchos legados y culturas, pero como decía Macabich, somos nietos de catalanes y tenemos un legado importante y una diversidad lingüística, siempre que no signifique la sustitución. Igual que cuando yo viví en Córdoba, me enriquecí de todo lo que me podía aportar Andalucía en general, que tiene un patrimonio impresionante, creo que es importante también respetar toda la riqueza de lo que nos viene, pero también poner en valor y hacer respetar toda la riqueza que nosotros tenemos y ofrecemos.

—Lo primero, sin embargo, es que nosotros conozcamos esta riqueza cultural.

—Y quererla y defenderla. No la podemos ofrecer si nosotros no la valoramos. Ahora hay la costumbre de decir que cuando hablamos catalán, hablamos payés. Nosotros hablamos un catalán de Ibiza y el ibicenco tiene una riqueza dialectal que debemos conservar. Este legado nos lo tenemos que creer. Si nosotros, como ibicencos, como isleños, no lo defendemos, no podemos pretender que lo respeten, y muchas veces, a nosotros como ibicencos, nos ha faltado autoestima colectiva de nuestro legado. Igual porque lo vinculábamos a unos tiempos de precariedad y eso, no nos engañemos, ha pasado en Barcelona y en muchas ciudades. El hecho de hablar en castellano era una manera de diferenciarse de la gente de la Marina, de Sa Penya o de la payesía, pero creo que esta etapa está superada y, si presumimos de ser ibicencos, también deberíamos presumir de hablar nuestro catalán de Ibiza.

—¿Volverá Fanny Tur a la política?

—No. Cuando dimití en 2004 ya me lo preguntaron, dije que no y al final volví, pero ahora ya puedo asegurar que no. Primero, por una cuestión de edad y segundo porque lo que quería, que era dedicarme a la cultura desde el Consell o el Govern, ya lo he hecho y no hay nada más que me pueda hacer ilusión aparte de esto.

—También esas etapas le habrán dado satisfacciones.

—Muchas, porque son cosas que después se ven a largo plazo. Por ejemplo, cuando veo el Molí d’en Simó en Sant Antoni, lo salvamos desde el Consell porque estaba a punto de derruirse para hacer unos edificios. Lo salvamos, lo compramos, y ahora es un espacio expositivo público. También la red de bibliotecas que hay por Ibiza se creó desde el Consell. La Ley de Patrimonio Inmaterial la hicimos en nuestra etapa; el decreto de museos o la Ley de Voluntariado. Muchas cosas. En el Consell, para reírse de mí, me llamaban ‘Lady BIC’, porque hice muchos, pero gracias a esto ahora hay muchas casas payesas y elementos que no se han tumbado y que siguen allí, muchas veces rodeados de edificios.